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Día Mundial de la Tuberculosis. Habrá más pandemias… ¡hay más pandemias!

24.3.2021
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[Este artículo se ha sido publicado originalmente en La Vanguardia.]

Escucho (levemente contrariado) a múltiples personas expertas nacionales e internacionales, comentar que tenemos que estar preparados frente a otras pandemias que están por llegar. Que no sabemos cuándo, pero que llegarán. Que deberemos invertir en ciencia para poder responder mejor contra estas pandemias que, en cualquier momento futuro, impredecible, azotarán a la humanidad. Como comprenderán, no seré yo el que esté en contra. No obstante, permítanme hacer una reflexión sobre amenazas sanitarias y esfuerzos colectivos para acabar con ellas.

Convivimos actualmente con pandemias contra las que nuestra sociedad globalizada viene haciendo esfuerzos insuficientes, diría irrisorios, si observamos las capacidades generadas en investigación contra la COVID-19, en tiempo récord. La malaria, el VIH/sida y la tuberculosis son buenos ejemplos de pandemias que representan graves problemas de salud pública en muchísimos países, que tienen un elevado coste para el desarrollo social y económico en muchas regiones del mundo. No solo hay que prepararse ante las potenciales catástrofes pandémicas del mañana, sino que hay que hacer mucho más contra las graves pandemias actuales.

No solo hay que prepararse ante las potenciales catástrofes pandémicas del mañana, sino que hay que hacer mucho más contra las graves pandemias actuales, como las de la malaria, el VIH/sida y la tuberculosis

Precisamente hoy, 24 de marzo, se conmemora el Día Mundial de la Tuberculosis, recordando el día en que el científico alemán Robert Koch descubrió el agente causal de la enfermedad. Una efeméride que, tristemente, no deja de ser una curiosidad del pasado que se asoma a nuestro presente, siempre protagonizado por nuevas emergencias o prioridades sanitarias. Es ciertamente incomprensible que un problema de salud pública cuyos orígenes se remontan al paleolítico, siga matando alrededor de 1,4 millones de personas todos los años. El año 2020, quiero pensar que el peor año de pandemia de la COVID-19, se han notificado 1,82 millones de muertes causadas por el SARS-COV-2. Cierto es que esta cifra es una infraestimación de las muertes directas reales y no considera las indirectas.

Cierto que las comparaciones son odiosas. Pero no es menos cierto que, si queremos un mundo más justo y más equitativo, los gobiernos de todos los países han de volcarse (de una vez por todas) en luchar contra las otras grandes pandemias como la tuberculosis que, cada año, genera un peaje de vidas humanas no tan inferior al de la COVID-19 en 2020. Cuando la COVID-19 no sea un problema, la tuberculosis (y otras grandes pandemias asociadas a la pobreza) seguirá azotando. Con perspectiva, la COVID-19 es un sangrado agudo que terminará cicatrizando. La tuberculosis es un sangrado continuo, a borbotones.

¿Y por qué apenas se hace nada? Entiéndase ‘nada’ como un esfuerzo muy irrelevante en comparación con los recursos que hemos demostrado ser capaces de movilizar contra la COVID-19. Parafraseando a James Carville, me autorrespondo: “It’s poverty, stupid”. La tuberculosis, como tantas otras grandes pandemias actuales, es una enfermedad que se asocia a la pobreza. Los países más pobres sufren de forma exacerbada las consecuencias de las grandes pandemias (la COVID-19 incluida). Estas ‘otras grandes pandemias’ han dejado de ser un problema relevante de salud pública en países de rentas altas.

¿Y por qué apenas se hace nada? La tuberculosis, como tantas otras grandes pandemias actuales, es una enfermedad que se asocia a la pobreza

Tengo compañeros de facultad (¡de Medicina!) que creen que en España ya no hay casos de tuberculosis (se diagnostican alrededor de 4.500 casos cada año). El desarrollo económico y sanitario de los países ha sido clave para que la malaria, la tuberculosis, el VIH hayan sido considerados problemas de salud pública resueltos, o, ciertamente, menores. Las preocupaciones de estos países, los que son capaces de generar grandes recursos para el control o la investigación, son otras. La carrera de la industria farmacéutica está desincentivada por la falta de mercado con el que puedan ganar dinero. Los países que necesitan mejores vacunas, tratamientos, pruebas diagnósticas contra la tuberculosis, no tienen cash que vaya a compensar (con creces, como siempre), esa inversión que hace por adelantado la industria. Y tampoco tienen dinero para sufragar los gastos de la investigación básica o los costosos ensayos clínicos.

No solo es preocupante que hayamos invertido tan poco contra estas enfermedades. Las predicciones sobre el impacto de la COVID-19 en el control de enfermedades como la tuberculosis no son halagüeñas. Un estudio ha proyectado que tendremos 1,4 millones de exceso de muertes en el periodo 2020-2025, lo cual, asociado a un descenso de diagnósticos y pacientes en tratamiento, podría suponer un retroceso de unos 12 años en nuestra lenta lucha contra la enfermedad.

Las predicciones sobre el impacto de la COVID-19 en el control de enfermedades como la tuberculosis no son halagüeñas. Un estudio ha proyectado que podría suponer un retroceso de unos 12 años en nuestra lenta lucha contra la enfermedad

Hace unos días, charlando con Margarita del Val, le mostraba mi preocupación por la desatención de los programas nacionales de control de tuberculosis e incluso de la investigación en esta enfermedad. Me aportó una nota de esperanza. Me dijo que estaba convencida de que todo el aprendizaje generado a través de la ingente producción científica destinada a luchar contra la COVID-19 sería parcialmente aplicable a la lucha contra otras grandes enfermedades infecciosas y que ese aparente impacto negativo de la COVID-19, sería compensado con el desarrollo más rápido de herramientas contra otras infecciones. ¡Ojalá!

Lo que sí es evidente es que no hace falta esperar a que lleguen otras pandemias para intentar reforzar y aumentar nuestro compromiso con la investigación en enfermedades infecciosas y sus determinantes, con la vigilancia epidemiológica, con las capacidades de producción de vacunas; en fin, con tantas cosas que la COVID-19 ha evidenciado y sobre las que tenemos que actuar para enmendar el craso error de habernos creído que las enfermedades infecciosas eran un problema del pasado.