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Ser mujer en tiempos de pandemia

31.3.2021
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Foto: Gabriella Clare Marino / Unsplash

[Basado en el artículo “El rostro femenino de la covid-19”, publicado en el número 10 de la revista Pensamiento Iberoamericano.]

Recientemente se ha cumplido un año de la declaración oficial de la COVID-19 como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un largo año de crisis global e incertidumbres, en el que hemos visto con preocupación cómo el coronavirus provocaba, además de una gravísima emergencia de salud, el enconamiento de muchas de las desigualdades preexistentes, debido tanto al impacto social y económico de la pandemia como a las medidas adoptadas para paliarla. En este escenario, las mujeres han sufrido y siguen sufriendo de forma especialmente aguda las consecuencias de estas desigualdades, al tener que enfrentarse a una mayor vulnerabilidad y también a nuevos obstáculos para alcanzar la igualdad.

Durante la pandemia, las mujeres han sufrido y siguen sufriendo de forma especialmente aguda las consecuencias de las desigualdades, al tener que enfrentarse a una mayor vulnerabilidad y también a nuevos obstáculos para alcanzar la igualdad

Son muchos los ámbitos en los que pueden observarse estas consecuencias. Uno de los más dramáticos ha sido el de la violencia de género, espoleada por el confinamiento obligado, que ha forzado a las mujeres a convivir con sus agresores durante más tiempo y en un ambiente de mayor tensión y, al mismo tiempo, ha dificultado su acceso a los sistemas de protección. En países como España, según el Ministerio de Igualdad, desde el 1 de marzo al 15 de abril de 2020 se incrementaron un 650% las consultas online al número de atención a víctimas de violencia y otras peticiones de ayuda. También cabe mencionar las limitaciones que mujeres de todo el mundo han encontrado en el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva, con riesgos claros sobre el aumento de la mortalidad materna.

Por otro lado, la pandemia ha tenido también consecuencias para las mujeres en el aspecto psicológico, con la incidencia que ha supuesto en su salud mental el confinamiento en viviendas familiares con marcadas limitaciones en cuanto a espacio y condiciones, junto con el aumento de la tensión intrafamiliar y el desigual reparto de las cargas de trabajo.

Pixabay

El sistema de cuidados recae sobre ellas

En este sentido, el impacto sobre las mujeres ha sido particularmente perjudicial y no suficientemente señalado. El Observatorio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) indica que el 76,2% de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado recae sobre las mujeres: más del triple que los hombres. Además, el hecho de que el sistema de cuidados se sostenga en una amplia mayoría de mujeres en todo el mundo –constituyen el 70% de la fuerza de trabajo de los sistemas socio-sanitarios­–, las ha situado en primera línea de exposición al virus, aumentando su riesgo y consolidando su doble rol de cuidado social y cuidado privado dentro de los hogares.

El Observatorio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) indica que el 76% de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado recae sobre las mujeres: más del triple que los hombres

A ello se añade que las medidas de confinamiento y la suspensión temporal de las clases para los menores, han aumentado los desequilibrios en la conciliación laboral y familiar, lastrando aún más el desarrollo profesional de las mujeres, que se han responsabilizado en mayor medida del cuidado de niños y niñas, sin que las medidas adoptadas tuvieran en cuenta las dificultades para poder compaginar esta tarea con sus responsabilidades profesionales. En esta situación, su desarrollo profesional se ha visto limitado por el aumento de la carga de trabajo no remunerado mientras se acentúa para ellas el riesgo de sufrir desempleo y pérdida de ingresos. También hay que sumar el impacto que la pandemia a supuesto en la pérdida de empleos precarios e informales, en los que ellas son mayoría.

@sjobjio / Unsplash

Otro aspecto de la pandemia que ha generado consecuencias más negativas para las mujeres es la desigualdad existente en el acceso a internet y a las nuevas tecnologías. Una realidad que ha perjudicado especialmente a los hogares que no cuentan con acceso suficiente a la red, y dificultado gravemente el desarrollo educativo y laboral de sus miembros. Según indica el Global Fund For Women, las mujeres tienen un 21% menos de probabilidad de tener un teléfono móvil, un recurso clave en países en desarrollo, donde los teléfonos brindan acceso a la seguridad, la educación, los sistemas de protección, las transferencias bancarias, etc.

En todos estos aspectos de la desigualdad que sufren las mujeres es obligado destacar su incidencia aún mayor en la vida de las más vulnerables, ya sean las mujeres migrantes, las trabajadoras domésticas, las mujeres privadas de libertad, las familias monomarentales, el colectivo LGTBI o las mujeres de las zonas rurales.

Retroceso en los avances conseguidos

Todo ello supone un importante retroceso sobre los avances conseguidos en las últimas décadas en materia de extensión de los derechos conquistados, protección social, carga de trabajo o protección contra la violencia de género, entre otros. Y parece olvidar el hecho incuestionable de que solo conseguiremos salir de la crisis actual si incorporamos a las mujeres al centro de la toma de decisiones como protagonistas de las políticas de reactivación económica y de protección económica y social.

Todo ello supone un importante retroceso sobre los avances conseguidos en las últimas décadas en materia de extensión de los derechos conquistados, protección social, carga de trabajo o protección contra la violencia de género, entre otros

Urge tomar medidas como la activación de políticas de acción positiva para garantizar que las mujeres se incorporen, en todos los niveles, a los ámbitos de decisión en la respuesta a esta crisis; el análisis del sistema de cuidados y su viraje hacia un modelo que otorgue mayores garantías a sus beneficiarios, permita una más amplia protección y autonomía de las personas cuidadoras (mayoritariamente mujeres), profesionalice y reduzca la precariedad laboral del sector, y fomente un mayor equilibrio en las responsabilidades de cuidado en nuestras sociedades. También son necesarias medidas correctoras y de compensación en los modelos de teletrabajo que favorezcan la conciliación corresponsable y reduzcan el impacto en el desarrollo profesional de las mujeres; la mejora de las condiciones laborales para trabajadoras sociosanitarias y esenciales, abordar la brecha salarial y disminuir la segregación, así como políticas de protección para el trabajo informal. Todo ello complementado con planes de empoderamiento económico de las mujeres en los paquetes de estímulo promovidos por los gobiernos en diversos sectores.

Finalmente, es importante redoblar los esfuerzos en la sensibilización y protección de las mujeres en la lucha contra la violencia de género, otorgando medidas y sistemas de protección especiales para este contexto, que permitan a las mujeres denunciar los casos y conectarse a servicios de protección efectivos.

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