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¿De qué mueren los niños en Manhiça?

30.4.2014

Trabajo como pediatra e investigador clínico en Manhiça, un pueblecito al sur de Mozambique, uno de los países más pobres del mundo. Aquí uno de cada diez niños no llegará nunca a celebrar su quinto cumpleaños y la probabilidad de que una mujer pierda a su hijo recién nacido es hasta 30 veces mayor que en nuestro entorno, estadísticas escalofriantes que confirman silenciosamente muchas de las madres con las que trabajamos a diario en nuestra rutina hospitalaria. Pero ¿de qué mueren estos niños? ¿Qué información tenemos los sobre las causas? La respuesta es desesperante: No tenemos ni idea.

Que en pleno siglo XXI, una parte sustancial de la población mundial nazca y viva sin ningún registro oficial de su existencia (una privación flagrante de un derecho humano esencial) y -lo que es más grave- pueda morir sin haber sido vista por personal médico, solo puede ser tachado de gran fracaso de nuestra sociedad global. En Manhiça los niños nacen sin partidas de nacimiento y mueren sin certificados de defunción. Más de la mitad de las muertes ocurren en las casas, lejos de cualquier centro de salud u hospital, probablemente porque casi dos terceras partes de los 25 millones de mozambiqueños no tienen acceso a ningún tipo de sistema de salud. La falta de acceso y la fragilidad del sobrecargado sistema sanitario nacional -a menudo falto de personal, motivación y medios- conlleva unas barreras hacia la salud a menudo infranqueables.

En este contexto, los desafíos para el clínico que trabaja aquí también son enormes.  No seré yo quien tire piedras sobre mi propio tejado, pero es cierto que sin un buen apoyo diagnóstico (¡cuánto me acuerdo de mi querida y tan maltratada sanidad pública española!) es muy difícil saber a ciencia cierta de qué ha fallecido un paciente, y más en un contexto epidemiológico donde las infecciones (malaria, HIV, tuberculosis) campan a sus anchas. Desgraciadamente, nuestra comprensión de las causas subyacentes a muchas de las muertes que se suceden delante nuestro es pobre, o lo que es peor todavía, tremendamente inexacta. En los países ricos, podemos recurrir a la autopsia, pero aquí esto es totalmente inviable. Con menos de una decena de patólogos capaces de realizarlas en todo el país, es fácil entender el por qué. Además, la aceptación por parte de las comunidades rurales de un procedimiento tan invasivo es muy baja, a pesar de que la gente de aquí también sienta la necesidad de saber de qué ha muerto su ser querido.

Parece por tanto prioritario desarrollar nuevos métodos diagnósticos que puedan informar con precisión sobre qué ha causado una muerte, y que puedan aplicarse allí donde estas ocurren, ya sea en una simple casa de barro y paja, o en un centro de salud rural. Estos métodos pasan por obtener muestras de tejidos para poderlas analizar, en busca de aquellos patógenos causantes de infecciones o alteraciones  en órganos clave que puedan explicar la muerte. De nuestra capacidad para desarrollar estas técnicas poco invasivas y, por tanto, más aceptables a nivel comunitario y realizables por personal poco cualificado, dependerá que seamos capaces de mejorar nuestras estimaciones sobre la causa de la muerte. Sobre todo porque sin estos datos precisos, seguiremos avanzando a tientas a la hora de entender de qué mueren los niños en lugares como Manhiça y seguirá siendo enormemente difícil planificar programas de salud y priorizar los escasos fondos disponibles para que sean destinados a las enfermedades que más lo requieran. 

 


Quique Bassat es pediatra e investigador clínico del CRESIB, centro de investigación del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGLOBAL). Actualmente reside en Manhiça, donde se está levando a cabo un estudio para validar una nueva técnica diagnóstica mínimamente invasiva postmortem para mejorar el diagnóstico de las causas de muerte.