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Una historia de amor con Manhiça

23.8.2021
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¿Quién me iba decir en verano del año 1998, cuando por primera vez visité el Centro de Investigação em Saúde de Manhiça (CISM), en Mozambique, que ese sería el principio de una fantástica y longeva historia de amor? Por aquel entonces yo era un estudiante de quinto año de Medicina, despistado, cuyas únicas ideas claras pasaban por mi vocación e interés por todo lo que tuviera que ver con lo que en aquella época conocíamos como “medicina tropical”. En el verano de mi quinto a sexto año de carrera, el último en el que tendría libertad para hacer algo voluntario antes de embarcarme en la preparación del examen de acceso a la especialidad, quise tener mi primera experiencia en un centro en un país de baja renta.

¿Quién me iba decir en verano del año 1998, cuando por primera vez visité el Centro de Investigação em Saúde de Manhiça (CISM), en Mozambique, que ese sería el principio de una fantástica y longeva historia de amor?

Tras mucho buscar, y con poco éxito a la hora de concretar mis planes, tuve la inmensa suerte de cruzarme en el camino de Pedro Alonso que, sin dudarlo –y nunca podré agradecérselo suficientemente­­–, me ofreció la posibilidad de visitar Manhiça (Mozambique). No solo podría ir dos meses, sino que además lo podría hacer coincidiendo con él y su familia.

Era una oportunidad única, y ese primer encuentro con la medicina y la investigación en África me convenció de que eso era lo que yo quería hacer el resto de mi vida.

Era una oportunidad única, y ese primer encuentro con la medicina y la investigación en África me convenció de que eso era lo que yo quería hacer el resto de mi vida

El CISM era por entonces un centro muy joven, con apenas unas decenas de personas trabajadoras, y un ordenador compartido, donde todo el personal recibíamos en una única cuenta de correo nuestra correspondencia electrónica.

Yo ocupaba una habitación en el interior del centro, que acabaría convirtiéndose años más tarde en el despacho de Pedro, y pasaba la mayor parte del día en el hospital, pegado a la técnica Madalena Ripinga, a quién se había encomendado mi formación en todo aquello que no sabía (¡prácticamente todo!).

Gracias a Madalena pude asistir partos por primera vez, empaparme de ver a pacientes pediátricos, tratar a niños con malaria –¡cuánta había, no se acababa nunca!–, y sobre todo entender cómo era la dinámica de funcionamiento de un hospital con escasos recursos.

Pude asistir partos por primera vez, empaparme de ver a pacientes pediátricos, tratar a niños con malaria –¡cuánta había, no se acababa nunca!–, y sobre todo entender cómo era la dinámica de funcionamiento de un hospital con escasos recursos

Recuerdo con mucho cariño coincidir allí con los primeros training fellows del centro, Francisco Saúte y Abu Saifodine, así como con investigadoras como Anna Roca.

Abriendo los ojos a un mundo desconocido

Más allá de la asistencia pediátrica, tuve la suerte de estrenarme en el trabajo de campo de investigación. Mi misión era obtener frotis nasofaríngeos para el despistaje de virus respiratorio sincitial y pneumococo, y pasé las últimas semanas acompañando al equipo de campo en sus visitas a la comunidad.

Manhiça me abrió los ojos a un mundo que era absolutamente desconocido para mi, y mi interpretación errónea de que la investigación ocurría esencialmente en el interior de una poyata de laboratorio fue corregida al ver cuán relevante y útil era la investigación aplicada y de salud pública.

Manhiça me abrió los ojos a un mundo que era absolutamente desconocido para mi y mi interpretación errónea de que la investigación ocurría esencialmente en el interior de una poyata de laboratorio fue corregida al ver cuán relevante y útil era la investigación aplicada y de salud pública

Al acabar esa breve estancia, ya estaba convencido de que esa sería mi futura vida profesional, y tanto es así que le pedí a Pedro que me consiguiese la posibilidad de volver a África lo antes posible. Pedro, como siempre, cumplió su promesa, y me facilitó una rotación en Ifakara (Tanzania), donde pude una vez más confirmar mi vocación africanista, pero atemperó mi entusiasmo desmesurado aconsejándome posponer mi vuelta a África hasta que no me hubiese especializado.

Una oportunidad sin precedentes

Y así lo hice, volviendo a Barcelona para formarme como pediatra, un área donde no me faltaría trabajo al volver al continente africano. Precisamente mientras acababa mi tercer año de especialización, Pedro ­­–de nuevo­­­– me brindó una oportunidad sin precedentes. Necesitaba urgentemente a un pediatra para el seguimiento inicial de los cerca de 2.000 niños participantes en el ensayo de fase IIb de la vacuna de la malaria RTS,S, que estaba a punto de comenzar en Manhiça.

Liándome la manta a la cabeza, conseguí convencer a la dirección clínica del hospital donde estaba realizando la residencia para que me dejaran marchar como “rotación voluntaria” y siguieran pagándome el sueldo mientras pasaba cuatro meses en Mozambique. Y qué cuatro meses pasamos. Quizás los cuatro meses más intensos de mi vida profesional, con jornadas interminables, con altas responsabilidades, y con el mejor entorno y estudio posible para introducirme de verdad en el mundo de la investigación.

Junto a Caterina Guinovart, Eusebio Macete, John Aponte, Clara Menéndez y muchos otras personas, logramos unos resultados extraordinarios. Un verdadero bautismo de fuego. Y la experiencia definitiva para convencerme de que Manhiça tenía que convertirse en mi casa lo antes posible, como así fue en octubre del 2004, cuando llegué para quedarme a trabajar durante tres años.

Manhiça me abrió las puertas como pediatra y como estudiante de doctorado, y empecé a participar en estudios de malaria y otras enfermedades infecciosas pediátricas, juntándose conmigo pocos meses después María Maixenchs. Fueron siempre años de felicidad, trabajo incansable, y aprendizaje continuo, junto a mis colegas mozambiqueños. Pedro Aide, Tacilta Nhampossa, Sozinho Acácio, Inácio Mandomado, Sonia Machevo, Khatia Munguambe... qué jóvenes éramos todos, ¡y cómo hemos crecido!

Manhiça me abrió las puertas como pediatra y como estudiante de doctorado, y empecé a participar en estudios de malaria y otras enfermedades infecciosas pediátricas

Siempre recordaré un breve diálogo con Ariel Nhacolo en septiembre del año 2007, pocos días antes de marcharme a Londres, donde iba a estudiar un máster en Epidemiología. El sabio de Ariel, que en aquel entonces era el coordinador del centro, me reprochó abiertamente que nosotros “los mulungus”, siempre nos aprovechábamos del CISM para formarnos, pero que nunca volvíamos a Manhiça. Cuando unos años más tarde regresé a Manhiça para vivir, acompañado no solo de mi mujer sino que también de mis dos mellizos de un año de edad, pude recordarle la anécdota a Ariel, y confirmar que mi historia de amor con el centro seguía siendo sólida e incuestionable.

Como profesional de la salud y de la investigación biomédica, el CISM me lo ha dado todo. Como persona, el CISM y Manhiça me han permitido conocer a muchas de mis grandes amistades, y sentirme siempre bienvenido en esta mi segunda casa. Gracias por tanto y por todo, y espero seguir devolviendo todo lo que le debo al CISM en los próximos años.