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La malaria a través de la historia: desde los dinosaurios hasta un simple "mal aire" (Parte 1)

15.11.2017

[Esta entrada ha sido escrita por Xavier Fernàndez-Busquets]

Quizá no haya otra enfermedad que haya dejado más huella en la historia de la humanidad que la malaria

Quizá no haya otra enfermedad que haya dejado más huella en la historia de la humanidad que la malaria: desde Lucy y todos nuestros ancestros homínidos, que probablemente ya sufrieran el dolor causado por parásitos del paludismo primitivos; pasando por los millones de años de evolución de nuestra especie, hasta llegar a la época actual de la medicina moderna, en la que se han otorgado nada menos que cinco premios Nobel a trabajos relacionados con la malaria.

Supuestamente, esta vieja lacra pudo haber causado la muerte de aproximadamente la mitad de la población que ha habitado el planeta. Sin duda, un asesino así podría protagonizar perfectamente la trama de un thriller. Pero todos los relatos se componen de breves historias que suelen reflejar nuestra desconcertante naturaleza humana: divertida, triste, dramática, codiciosa, agradable, malvada, tierna. Y de esto trata la (histórica) historia que se narra a continuación.

Para desentrañar los orígenes de la malaria, debemos remontarnos en el tiempo, quizá hasta Parque Jurásico

Para desentrañar los orígenes de la malaria, debemos remontarnos en el tiempo, quizá hasta Parque Jurásico. Todavía no se han hallado pruebas del agente causante ­—los protistas del género Plasmodium— en restos de dinosaurios, pero el hecho de que el patógeno se desarrolle en los reptiles y aves actuales sugiere que el propio Tyrannosaurus rex y sus parientes podrían haber padecido la enfermedad. Hasta ahora, la prueba inequívoca más antigua de Plasmodium ha sido el ADN del parásito aislado de mosquitos atrapados en ámbar de 30 millones de años.

La malaria entró en el registro histórico en cuanto se pudieron garabatear unas pocas palabras en un trozo de material adecuado. Y gracias a esto, encontramos detallados los síntomas de fiebres periódicas, cefaleas, escalofríos y aumento del tamaño del bazo en el Papiro Ebers de Egipto (c 1570 a. C.), en tablillas de arcilla de la biblioteca Asurbanipal en Mesopotamia (c 2000 a. C.) y en el texto de medicina china Neijing que data del año 2700 a. C. Puede que las referencias a la enfermedad se remonten muchos años atrás, hasta los albores de los cuentos transmitidos oralmente, ya que algunos expertos han sugerido que en la fábula de Hércules y la hidra, el monstruo —que habita en un pestilente pantano— no es más que la representación, en aquella época, de la invisible amenaza de la malaria.

Las víctimas de Plasmodium en la antigüedad podría pertenecer hoy en día a un Salón de la Fama: el faraón Tutankamón en 1327 a. C., Alejandro Magno en 323 a. C. y Gengis Kan en 1227 murieron, con toda probabilidad, a causa de este parásito. Su efecto devastador en la sociedad del antiguo Egipto también pudo haber sido especialmente notable; algunos jeroglíficos describen el uso habitual de frotar ajo en la piel para repeler los mosquitos, que ya suponían que estaban directamente relacionados con muchas enfermedades febriles. 

En la Antigüedad clásica, fue Hipócrates (460-370 a. C.) en su libro Epidemias quien clasificó las fiebres periódicas en cotidiana (diaria), una con fiebres recurrentes cada tres días (terciana benigna) y otra con fiebres al cuarto día (cuartana). Hacia el año 168 a. C. comenzó a utilizarse en China la planta medicinal Qinghao (Artemisia annua) para tratar las hemorroides en mujeres, tal y como se describe en Wushi’er Bingfang (Recetas para 52 tipos de enfermedades). Hoy en día, el alcaloide artemisinina, derivado de la misma planta, es uno de los antipalúdicos más efectivos; el porqué de su aplicación médica para el tratamiento de las varices anales en mujeres sigue siendo un misterio. Hacia el año 100 d. C., el romano Lucio Columela asoció animaculi invisibles con las fiebres: «Tampoco conviene que haya laguna cerca de los edificios, ni camino real, porque aquella despide con los calores un vapor pestilencial y produce enjambres espesísimos de insectos que vienen volando sobre nosotros armados de aguijones dañinos […] son causa muchas veces de que se contraigan unas enfermedades desconocidas, cuyos motivos ni aun los médicos pueden descubrir». 

Francesco Torti puso nombre a la enfermedad (malaria), creyendo que se transmitía por el aire y que provenía del mal aire (mal aira) que emanaba de los pantanos y lagunas

Más tarde aparecieron los primeros intentos del llamado método «científico». Francesco Torti (1658-1741) fue quien puso nombre a la enfermedad (malaria), creyendo que se transmitía por el aire y que provenía del mal aire (mal aria) que emanaba de los pantanos y lagunas (ningún gran avance desde la época de Hércules y la hidra). En 1879, aparentemente por ninguna otra buena razón más que una caprichosa suposición, Corrado Tommasi Crudeli y Edwin Klebs siguieron adelante con la idea de que la totalmente hipotética bacteria Bacillus malariae era el agente causante de la malaria. Probablemente, fue a consecuencia de una exacerbada unión a la explosiva corriente del campo de la microbiología en aquel momento, dirigida por Robert Koch, en la que cualquier simple molestia física se achacaba a las bacterias. En 1882, Albert Freeman Africanus King fue uno de los primeros en sugerir la relación entre los mosquitos y la malaria. Por desgracia, esta claridad de criterio se perdió cuando propuso un método para erradicar la malaria en Washington D. C.: ¡ceñir la ciudad con una fina red de alambre tan alta como el Monumento a Washington!

Laveran agregó otra salvaje y, en ese momento, ignorada especulación: que la malaria era transmitida por mosquitos

Gracias a Dios, el verdadero método científico finalmente llegó. El crédito por el descubrimiento en 1880 del verdadero agente causal de la malaria pertenece a Charles Louis Alphonse Laveran, un cirujano del ejército francés que estaba de servicio en Argelia. Laveran solía observar muestras de sangre fresca, contrariamente a la tendencia de la época en que la mayoría de los médicos utilizaban fijadores químicos que evitaban que las estructuras celulares se descompusieran, pero a costa de matar el movimiento de los microbios. Ese día en particular, Laveran dejó el microscopio por un tiempo y cuando regresó, la muestra de un paciente con malaria estaba llena de plasmodios retorcidos, posiblemente gametos masculinos que tomaron la disminución de temperatura como señal de haber salido del cuerpo humano y estar dentro de un mosquito, donde podrían encontrar gametos femeninos. Laveran agregó otra atrevida y, en ese momento, ignorada especulación: que la malaria era transmitida por mosquitos.

Más información

Lee la parte 2: La malaria a través de la historia: Los descubrimientos que nos han traído hasta aquí

Lee la parte 3: la malaria a través de la historia: oscuridad y luz