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Análisis y Desarrollo Global

Infodemia: ¿Cómo ha afectado la epidemia de desinformación a la respuesta frente a la COVID-19?

Serie | COVID-19 y estrategia de respuesta #20

22.09.2020

Este documento forma parte de una serie de notas de debate que abordan preguntas fundamentales sobre la crisis de la COVID-19 y las estrategias de respuesta. Los trabajos han sido elaborados sobre la base de la mejor información científica disponible y pueden ser actualizados a medida que esta evolucione.

Escrito por Carlos Chaccour (Assistant Research Professor y Director Científico del proyecto BOHEMIA en ISGlobal) y Rafael Vilasanjuan (Director de Análisis y Desarrollo Global de ISGlobal), aborda cómo la desinformación ha desempeñado un papel relevante en la pandemia de COVID-19 y propone mejores prácticas para el futuro.

 

Una sociedad que ansía desesperadamente datos fiables y una industria de publicación científica que aún arrastra muchos aspectos de la era Gutenberg han contribuido a una pandemia paralela, una “infodemia”. El término se utiliza para referirse a la sobreabundancia de información (alguna rigurosa y otra falsa) sobre un tema.

La infodemia ha supuesto un lastre en el debate sobre la COVID-19. Entre los ejemplos en el frente terapéutico se incluyen el auge y la caída del tratamiento basado en la hidroxicloroquina, la difusión del uso de lejía diluida como tratamiento –ambos potenciados en gran medida por la adhesión personal del presidente de los EE.UU.− y la inclusión de la ivermectina en las directrices terapéuticas nacionales de Perú y Bolivia en base a experimentos in vitro e información fraudulenta.

Pero existen otras áreas críticas en las que la información falsa o tergiversada ha desempeñado un papel a lo largo de esta pandemia, incluyendo el debate sobre la protección de la población infantil durante el confinamiento, el uso de mascarillas o el nivel y la duración reales de la inmunidad al virus. Todo esto procede de la precipitación en la publicación científica, que en algunas ocasiones situó los intereses partidistas por encima de las pruebas contrastadas, y de un exceso general de opiniones cuando se dispone de pocos datos o la información es deliberadamente engañosa.

La precipitación de una pandemia

  1. La presión sobre las revistas. La comunidad científica se lanzó a llevar a cabo la investigación, orientada a salvar vidas, sobre el nuevo coronavirus, y lo hizo a una velocidad sin precedentes. La rápida obtención de conocimiento sobre el virus (SARS-CoV-2) y la enfermedad (COVID-19) pronto sobrepasaron la capacidad de la industria editorial para evaluar los artículos y difundirlos. Destacadas revistas como JAMA vieron cómo la recepción de artículos aumentó casi un 300% (11.000 artículos presentados en seis meses).
  2. La presión sobre la comunidad científica. Con las revistas abrumadas, y la genuina intención de compartir con rapidez el conocimiento útil, la comunidad científica se volcó en los pre-prints (repositorios en línea que publican manuscritos sin revisión por pares). Así se acelera la difusión, pero no se garantiza la calidad. Los pre-prints exigen un esfuerzo adicional por parte de la comunidad académica para distinguir los experimentos y las interpretaciones rigurosas de aquellos que no lo son tanto.
  3. La presión sobre la sociedad en general. La sociedad en general, con toda la razón, se hace muchas preguntas y exige respuestas por parte de los científicos y de los actores políticos. El problema estriba en que, movidos por el sentimiento de urgencia, los periodistas y su público se han precipitado a compartir nuevos hallazgos o hipótesis, independientemente de la calidad de los datos en los que se basaran. Dicha desinformación, a su vez, puede provocar rápidamente ansiedad y confusión en las personas que reciben la información.

Las consecuencias de la precipitación

Las prisas por generar resultados han provocado que algunos estudios defectuosos e incluso fraudulentos hayan logrado situarse en revistas muy prestigiosas, lo que ha tenido consecuencias inmediatas. En mayo del 2020, se publicó en The Lancet un gran estudio observacional que demostraba que la hidroxicloroquina no aportaba beneficios (e incluso perjudicaba) a los pacientes de COVID-19. Al cabo de 48 horas, el ensayo clínico SOLIDARITY, financiado por la OMS, ya había interrumpido su estudio con hidroxicloroquina. Además, entidades financiadoras y científicos de todo el mundo tomaron decisiones basadas en el artículo. Pero los datos usados en el artículo nunca fueron publicados por su propietario, una empresa ahora inexistente denominada Surgisphere. Un artículo anterior que utilizaba el mismo conjunto de datos, publicado en The New England Journal of Medicine, ya había influenciado la forma en que el personal médico prescribe fármacos cardiovasculares a los pacientes de COVID-19. De ambos artículos se retractaron sus autores, no las revistas.

Esta situación ha acarreado profundas consecuencias para la credibilidad de la ciencia, justo en el momento en que más necesaria resulta.

La base de datos de Surgisphere también contribuyó en gran medida a la utilización de un fármaco antiparasitario para el tratamiento y la prevención de la COVID-19 en el continente americano. Como resultado de la infodemia relacionada con la ivermectina en América Latina, miles de persones recibieron inyecciones con una formulación veterinaria de dicho fármaco, se especuló con los precios e incluso se falsificaron medicamentos.

El papel de las redes sociales y los medios de comunicación

Las redes sociales son un arma de doble filo, durante esta pandemia y en otras crisis. Han resultado extremadamente útiles para promover el debate entre la comunidad científica, para compartir con celeridad las críticas a los datos o los artículos erróneos y para difundir rápidamente resultados útiles. Por otro lado, también han contribuido a difundir conclusiones de estudios defectuosos, y a propagar información falsa deliberadamente.

  • Las empresas de redes sociales no realizan ningún tipo de edición de los mensajes, ni tampoco deben rendir cuentas, en oposición a los medios tradicionales.
  • En épocas de incertidumbre, los textos equívocos son mucho más populares que los que difunden información rigurosa sobre salud pública.
  • Las redes sociales han dado lugar a una revolución en la forma en que las personas se comunican. Han facilitado en gran medida la formación de “tribus de opinión”: grupos compenetrados de personas que comparten ideas, valores e información selectiva.
  • Al mismo tiempo, el discurso también puede radicalizarse más, dado que la mayoría de estos grupos comparten preocupaciones y valores similares, y están dispuestos a adoptar propuestas que en algunas ocasiones son moralmente inaceptables, porque el sentimiento de pertenencia a un grupo les resulta más tranquilizador. El principal problema estriba en que se pierde la perspectiva comunitaria y el interés del grupo se percibe como el único interés legítimo.

Los medios de comunicación han realizado una labor esencial en la transmisión de la información y de las medidas de prevención y, al mismo tiempo, han sido uno de los actores fundamentales en la infodemia.

  • Las fronteras entre las diversas secciones dentro de los medios se volvieron más difusas y buena parte de la profesión periodística, con independencia de su bagaje o experiencia previa, se dedicó a informar sobre la pandemia.
  • En paralelo, la acuciante necesidad de respuestas y la escasez de evidencia científica llevó a encumbrar la figura del experto, desatando una auténtica vorágine de medios de comunicación en busca de voces autorizadas. Tarea complicada.
  • La propia dinámica de los medios y la economía de sus empresas potencian los espacios de debate, más baratos que el periodismo de investigación, generando una confluencia de opiniones confusa en la que no siempre queda clara la división entre la opinión política y la evidencia científica.
  • Esta cobertura mediática sin precedentes se produce, además, en tiempo real y al galope, en una carrera en la que se valora el rigor, aunque no tanto como la inmediatez, y en la que no suele haber tiempo ni recursos para preparar análisis en profundidad ni para contrastar las opiniones y los hechos.

Conclusiones y recomendaciones

La infodemia relacionada con la COVID-19 ha perjudicado la confianza pública en la ciencia, pero también proporciona una oportunidad para revisar los métodos utilizados en la comunicación científica, de forma que se pueda aumentar la transparencia y quizá transformar el modelo de negocio para que, en lugar de beneficiar prioritariamente a las editoriales científicas, beneficie a la propia ciencia.

Para lograrlo, es necesario actuar a cuatro niveles distintos:

  • La comunidad científica debe revisar la forma en que se relaciona con el conjunto de la sociedad. Ahora más que nunca existe una necesidad patente de transparencia y de utilización de un lenguaje accesible a todos. El mensaje de que el rigor es esencial para la investigación resulta clave, incluso en tiempos de urgencia.
  • Las publicaciones científicas tienen ahora la oportunidad de revisar su modelo de negocio y analizar la forma en la que este configura la producción académica y la investigación en general. Ha llegado el momento de dejar atrás los vicios adquiridos durante las épocas en que las comunicaciones escritas eran la norma.
  • En paralelo, las redes sociales deben desintoxicar sus algoritmos para que reduzcan la presencia de desinformación, los grupos de páginas y los dominios pertenecientes a los aceleradores de desinformación, y mantener el contenido perjudicial alejado de su tráfico.
  • Todos debemos contribuir a generar y difundir información de calidad, evitando los rumores y chismes que solo contribuyen a la infodemia paralela.