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Vacunas: de lo individual o lo colectivo

14.12.2021
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Foto: CDC / Unsplash

Estos días he recordado los meses que siguieron a la quimioterapia de mi hijo Darío, cuando su sistema inmune estaba todavía tan débil que no lo podíamos revacunar contra las enfermedades que a la mayoría de las madres y padres no nos preocupan habitualmente: sarampión, tos ferina, rubeola, neumonía, tétanos… En particular, la varicela, porque esa vacuna contiene virus vivos que, aunque debilitados, podían llegar a causar la enfermedad. Claramente nos habían advertido que, para un sistema inmune tan vapuleado, ese escenario podía ser catastrófico.

En esa época, un niño del que estuvimos cerca enfermó de varicela. No estaba vacunado. No sé si la madre entenderá nunca que con su decisión “personalísima”, literalmente había puesto en riesgo la vida de Darío, exponiéndolo a una versión sin debilitar de un virus benigno para su hijo, temible para el mío. La rabia que sentí cuando me contó del “pequeño incidente” es de los sentimientos más intensos que he experimentado jamás.

Pues así estoy de nuevo en este momento. Mientras los nuevos casos de COVID-19 se multiplican, las UCI se van llenando poco a poco y el personal sanitario sufre su enésima crisis de pandemia, no sé cuántas personas que pueden vacunarse siguen reacias a aceptar lo evidente: que las vacunas evitan la hospitalización y la muerte, reducen las infecciones en una proporción considerable y salvan al sistema sanitario del colapso.

Mientras los nuevos casos de COVID-19 se multiplican, las UCI se van llenando poco a poco y el personal sanitario sufre su enésima crisis de pandemia, no sé cuántas personas que pueden vacunarse siguen reacias a aceptar lo evidente

Su soberbia es escandalosa –interpretando la evidencia científica sin formación ninguna y como bien les dicta su intuición– pero lo es más la dimensión moral de sus acciones: la insolidaridad, el individualismo a ultranza, el no mirar más allá de su ombligo sin importar las consecuencias de sus actos para otros individuos, concretos ellos y de carne y hueso, que acabarán por contagiarse. Alguno morirá, otros muchos pasarán el mejor escenario: encerrados en casa, igual que sus familias y todos sus contactos.

Por lo que leo, muchas de estas personas están orgullosas de su espíritu crítico, de su pensamiento independiente, de que no se dejan manipular. Para mí, en cambio, pueblan el inframundo ético, junto con las personas corruptas, las evasoras de impuestos y todas aquellas a las que el prójimo les importa un pepino.