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La malaria en tiempos de COVID-19

22.4.2021
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[Este texto está escrito por Matiana González Silva y Regina Rabinovich, coordinadora y directora, respectivamente, de la Iniciativa para la Eliminación de la Maria].

 

Día Mundial de la Malaria 2021 - Aunque no se tienen aún datos definitivos, sabemos que la pandemia no interrumpió las campañas preventivas contra la malaria, e incluso recibimos buenas noticias desde China y El Salvador.

Cuando a principios de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia por COVID-19, el mundo de la malaria tembló de miedo. Según los cálculos más pesimistas, si los sistemas de salud se colapsaban hasta el punto de no poder tratar a los enfermos de malaria ni hacer llegar las medidas preventivas, las muertes por esta enfermedad podían llegar a multiplicarse por dos. Un año después no contamos aún con datos que confirmen cuál ha sido el impacto, pero estamos seguros por lo menos de que las campañas de distribución de redes mosquiteras se mantuvieron en la mayoría de países africanos, y que los canales de distribución de diagnósticos y medicamentos no se interrumpieron de manera notable. Por otro lado, y cosa extraordinaria en estos tiempos, 2021 nos ha deparado buenas noticias: uno de los países más pequeños del mundo, El Salvador, recibió la certificación de la OMS como ‘país libre de malaria’ el pasado mes de febrero, y se prevé que uno de los más grandes, China, haga lo propio el próximo verano.

Cuando a principios de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia por COVID-19, el mundo de la malaria tembló de miedo

Rodeados como estamos de preocupaciones sanitarias y con la atención puesta en la COVID-19, estos avances no son baladí. Nos muestran que el mensaje tan repetido de que la malaria se puede prevenir, curar e incluso eliminar no son solo palabras, sino una realidad palpable: en 2019 había 24 países con menos de diez casos de malaria al año que caminaban con paso firme hacia la desaparición de esta enfermedad de sus territorios, siguiendo el ejemplo de muchos otros que lo han conseguido en el pasado, incluyendo la mayor parte de Europa.

¿Cómo lo han logrado?

Aunque las características epidemiológicas de la malaria son muy heterogéneas –especies muy diferentes de mosquitos, lo mismo que de parásitos, sistemas de salud, clima, desarrollo económico y un larguísimo etcétera– una mirada al pasado nos muestra algunos elementos comunes en los países que han alcanzado la eliminación: estrategias adaptadas a las condiciones específicas de cada zona, sistemas de salud sólidos y gratuitos, coordinación entre todos los actores relevantes, capacidad de mantener el compromiso, y financiamiento suficiente. 

A todo esto ha de sumarse la investigación científica, que ha posibilitado los avances contra la malaria desde que, a finales del siglo XIX, se elucidara su agente causal y el papel del mosquito en su transmisión. En el camino, se han desarrollado muchas herramientas, y muchas también han sido abandonadas tras la aparición de resistencias, como en el caso de la cloroquina y el DDT.  

 

La mayoría de herramientas y aproximaciones con las que cuentan los países endémicos hoy en día fueron desarrolladas en los años 90, e incluyen la fumigación intradomiciliaria para matar a los mosquitos, las redes mosquiteras tratadas con insecticidas para proteger de su picadura, pruebas rápidas para diagnosticar incluso en los poblados más alejados, un abanico bastante amplio de medicamentos y tratamientos intermitentes con antimaláricos para prevenir la infección de las poblaciones más vulnerables (bebés, niños y mujeres embarazadas). 

La coordinación de diferentes actores, la creciente disponibilidad de fondos y los desarrollos científicos y tecnológicos llevaron a avances espectaculares en los primeros 15 años de este siglo. Pero, desde hace alrededor de tres años, los avances se han estancado

Luego de epidemias temibles en los años 70 y 80 del siglo pasado, la coordinación de diferentes actores, la creciente disponibilidad de fondos y los desarrollos científicos y tecnológicos llevaron a avances espectaculares en los primeros 15 años de este siglo. Sin embargo, todas las herramientas con las que contamos tienen eficacias parciales, y en algunos casos éstas están disminuyendo por el desarrollo de resistencias a los insecticidas, los medicamentos, e incluso a los diagnósticos, mientras que no tenemos con ninguna herramienta contra la ‘transmisión residual’ que se produce cuando las personas no están protegidas en casa ni durmiendo debajo de una red mosquitera. Como consecuencia, desde hace alrededor de tres años, los avances se han estancado

 

La comunidad internacional tiene puestas grandes esperanzas en una herramienta nueva que podría estar disponible a finales de 2021: la vacuna RTS,S que, tras los tradicionales estudios de eficacia, durante los últimos años se ha implementado en tres proyectos pilotos en África para ver su eficacia en condiciones de la ‘vida real’. El próximo verano se realizarán los análisis de los resultados, y se espera que este mismo otoño la OMS se pronuncie sobre si recomienda o no su utilización generalizada. 

La comunidad internacional tiene puestas grandes esperanzas en una herramienta nueva que podría estar disponible a finales de 2021: la vacuna RTS,S

La vacuna, sin embargo, es también solo parcialmente eficaz, por lo que los esfuerzos no deberán cejar en ningún caso. La buena noticia es que, tal como lo ha demostrado la COVID-19, con un objetivo claro y recursos abundantes, la ciencia puede avanzar a un ritmo espectacular. Ojalá que aprendamos esta lección importante, y la comunidad internacional trabaje junta para desarrollar una nueva generación de intervenciones contra la malaria que nos permitan avanzar hacia la desaparición de una enfermedad tan vieja como letal.