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Entrevista a Jordi Vila: “Si España pudiera recuperar todo el cerebro que tiene fuera, seríamos líderes en investigación”

31.8.2023
Jordi Vila 2021
Foto: Aleix Cabrera / ISGlobal

El director de la Iniciativa de Resistencias Antimicrobianas de ISGlobal repasa su trayectoria científica y explica cómo ve la investigación en España.
 

Varias personas me han hablado de los tres dibujos que Jordi Vila (Gavà, 1956) tiene colgados en su despacho: la cara de Chopin, la de su abuelo y la silueta de un niño castigado de cara a la pared, los tres hechos por él con lápiz y tinta china. Le gusta mucho dibujar. El otro día fue a comprarse material porque quiere volver a hacerlo pronto. Dice riendo que la palabra jubilación no le gusta nada, como tampoco prejubilación: “¡Se llama reducción horaria!”. Llevaba trece años al frente del Servicio de Microbiología del hospital Clínic de Barcelona cuando el pasado mes de abril decidió centrarse en un área de diagnóstico. Todavía habría podido seguir un año más como jefe del servicio, pero el ciberataque al Clínic lo acabó de convencer de que el trabajo de gestión le daba demasiados quebraderos de cabeza. Ahora los lunes, martes y miércoles trabaja en el laboratorio, y los jueves y viernes se queda en casa, donde aprovecha para escribir artículos científicos sin interrupciones.

Además de su actividad en el Clínic, Jordi Vila es catedrático de la Facultad de Medicina de la UB y lidera proyectos de investigación en ISGlobal. Recientemente ha sido reconocido con el premio Amadeo Foz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC).

 

-¿Cómo definiría su carrera?
-Afortunada y fructífera. Siempre me he imaginado a mí mismo investigando, desde que estudiaba bachillerato, y he conseguido hacerlo.

-La suya ha sido una vocación clara.
-Me fascinaba la bioquímica. Me matriculé en Farmacia y, en cuarto de carrera, ya me pasé todo el verano en el Departamento de Bioquímica. ¡Me encantaba!

-¿Qué sentía?
-Hay dos sensaciones muy interesantes cuando investigas. La primera es la creativa, cuando estás diseñando un experimento. Y después está el afán de querer conocer los resultados de lo que has hecho, ese “a ver qué sale, a ver”.

-¿Pudo dedicarse a la investigación enseguida, una vez acabada la carrera?
-Primero tuve que hacer el servicio militar. Al volver, me presenté al examen para hacer el FIR (el equivalente al MIR en Farmacia). Saqué el número 32 de toda España, un buen número, con la “mala suerte” (o “buena suerte”, visto ahora retrospectivamente) de que aquel año en Barcelona no salió ninguna plaza de bioquímica clínica. En cambio, había tres hospitales con plazas de microbiología. De modo que en el año 1981 empecé mi residencia en el Clínic, formándome en microbiología y parasitología clínica.

 

Los tres dibujos de Jordi Vila colgados en su despacho.

Doble jornada, festivos incluidos

-¿Cómo era entonces el Servicio de Microbiología del Clínic?
-Se parecía bastante a otros laboratorios. Recibíamos muchas muestras y de todo tipo, por lo que aprendí mucho. Pero yo seguía queriendo volver a la bioquímica y empecé mi tesis doctoral en la Facultad de Farmacia, sobre la glucógeno sintasa, que es una enzima involucrada en la síntesis del glucógeno. En aquella época, llegaba al Clínic a las ocho y media de la mañana, trabajaba hasta las tres y me iba a la Facultad de Farmacia hasta las ocho, las nueve o las diez de la noche. Trabajaba los sábados, y algún domingo.

Investigar en Estados Unidos en 1986

-¿Qué hizo una vez acabada la residencia en el Clínic?
-Gané una plaza de Análisis Clínicos en el ambulatorio Just Oliveres de L’Hospitalet (Barcelona). Pasado un año, leí la tesis y escribí a diferentes grupos de investigación de Estados Unidos. Uno del Departamento de Microbiología de la Universidad de Virginia, que estaba trabajando en oncogénesis vírica, es decir, en virus que ocasionaban cáncer, se interesó por mí: sabían que el cáncer estaba causado por una proteína quinasa, que era un tipo de enzima parecida a la que yo había estudiado en mi tesis doctoral. Conseguí una beca de la Generalitat de Cataluña, muy exigua, de 500 dólares al mes, y Michael Weber, que lideraba el grupo de Virginia, se comprometió a pagarme 500 dólares más para llegar a los 1.000 que ganaba un becario posdoctoral allá. En aquella época yo ya me había casado y tenía un niño de un año. A finales de octubre de 1986 pedí una excedencia en el ambulatorio y nos fuimos a Estados Unidos. Para mi sorpresa, desde el primer mes cobré el doble de lo que me había dicho Weber, ya que habían recibido más financiación. Esa fue mi llegada al país. No sabía si me iba para un año, para dos o para el resto de mi vida.

La sombra de una duda

-¿Y cuánto tiempo se quedó finalmente?
-Un año y medio. Me llamaron del hospital Clínic para informarme de que quedaba vacante una plaza de adjunto en el Departamento de Microbiología. Envié el currículum y me la dieron.

-¿Se ha arrepentido de no haberse quedado en Estados Unidos?
-Yo me habría quedado, con los ojos cerrados. Para ser sincero, me frenó una cuestión familiar. Mi mujer no acababa de verlo claro, a pesar de que al final la había convencido con la idea de que las Navidades y los veranos los pasaríamos en España. Pero yo también tenía a mi madre muy mayor y era el único de sus cuatro hijos relacionado con la Medicina. Pensé que, si me necesitaba, yo no estaría allí y que eso me haría sufrir. En fin, le di muchas vueltas y, como tenía la plaza en el Clínic, en 1987 volvimos. No sé qué habría pasado si me hubiera quedado en Estados Unidos.

 

Una bacteria en el camino

-¿Aquel tiempo en Estados Unidos le dejó huella?
-¡Sí! La estancia allí fue muy provechosa, también por la manera que tienen de trabajar. De hecho, un problema con el que me encontré al volver fue que el laboratorio del Clínic no tenía la infraestructura para poder seguir la línea de investigación de la oncogénesis vírica, que era muy interesante. Había de decidir qué hacer y, entonces, el hospital vivió un brote epidémico por un microorganismo que en aquel momento ya era muy resistente, la bacteria Acinetobacter baumannii, que resistía casi todos los antibióticos.

-Su trayectoria está muy ligada a ella.
-Sí, la hemos estudiado muy bien, con detalle, desde diferentes puntos de vista (mecanismos de resistencia, virulencia, etc.).

Tres patentes, una en fase preclínica

-Gracias a sus estudios se conoce mejor el Acinetobacter baumannii, pero ¿se puede combatir?
-Esta es otra línea de investigación que abrimos en el grupo hace ya unos diez años. Los nuevos antibióticos no funcionaban con estos microorganismos y pensamos que quizás existían péptidos con actividad antibacteriana, concretamente ante el Acinetobacter baumannii. Iniciamos una colaboración con Ernest Giralt, del Parque Científico de Barcelona, buscando péptidos con capacidad antibacteriana, que pudieran matar la bacteria, pero también péptidos con capacidad de bloquear el mecanismo de resistencia de la bacteria. Esto ha dado pie a tres patentes de tres moléculas, una de ellas en fase preclínica. Además, tenemos otro péptido que inhibe un mecanismo de resistencia de la bacteria, el de las bombas de expulsión activa. Es otra vía para intentar luchar contra las infecciones por bacterias multirresistentes.

Diagnosticar neumonías infantiles en menos de una hora

-¿Su legado sería la investigación del Acinetobacter baumannii?
-Sí, a pesar de que en los últimos años estamos trabajando en otra área, la del diseño de nuevas herramientas de diagnóstico rápido. Estamos desarrollando un sistema para diagnosticar rápidamente neumonías en niños y niñas de países de renta baja. Se trata de una prueba de bajo coste y fácil de hacer, que en menos de una hora podrá detectar cuatro virus y cuatro bacterias (los ocho microorganismos que causan más neumonías infantiles). Si a un niño pequeño le coges una muestra y en una hora sabes si tiene el virus de la gripe o un neumococo, le puedes dar el tratamiento adecuado, antibiótico o no según el caso. Esto ayudará muchísimo a tratar estas neumonías, que son la primera causa de mortalidad infantil en estos países.

-¿Serviría también para otros países?
-Sí, incluso para nuestra asistencia primaria. Descongestionaría las Urgencias de los hospitales en invierno.

Actuar ya ante las resistencias antimicrobianas

-La vertiente social vinculada a la investigación también le ha interesado…
-Sí. Hace años que lideramos en ISGlobal la iniciativa de Resistencias Antimicrobianas, para dar a conocer este problema. Se ha calculado que, si no tomamos medidas, en el año 2050 diez millones de personas podrían morir en todo el mundo a causa de infecciones por bacterias resistentes, un número de muertos superior al del cáncer o las enfermedades cardiovasculares. Tenemos que hacer algo.

-¿Esto ya se veía años atrás, cuando usted empezaba?
-No. Se ha ido viendo en las últimas dos o tres décadas, con un incremento progresivo de bacterias cada vez más resistentes. En 1987, cuando volví de Estados Unidos, se aislaba una bacteria y se le podía dar cualquier antibiótico porque era sensible a la mayoría. Por eso me sorprendió tanto el Acinetobacter baumannii, que ya en aquella época tenía una capacidad brutal de volverse resistente.

 

Dos o tres líneas de investigación a la vez

-Resistencias a antibióticos, diseño de nuevos antibióticos, diseño de herramientas de diagnóstico rápido... ¡cuántas líneas de investigación!
-Pero son complementarias. Siempre he intentado trabajar en dos o tres a la vez para no llegar a deprimirme si alguna no me salía bien. No sé si ha sido una buena estrategia. Si me hubiera centrado en el Acinetobacter baumannii habría publicado más y sabido más sobre él.

Boston y Berkeley, dos paréntesis muy provechosos

-Es inquieto por naturaleza. Trabajando de adjunto en el Servicio de Microbiología del Clínic volvió a hacer investigación en Estados Unidos.
-Sí, seis meses en Boston en 1995 y seis meses en Berkeley en el 2000. Me iba solo hacia mayo-junio, empezaba a trabajar en el laboratorio sin ningún tipo de horario, también sábados y domingos, y mi familia llegaba en julio. Ellos aprovechaban para hacer turismo mientras yo seguía trabajando. En septiembre volvían a casa y yo todavía me quedaba hasta finales de octubre para acabar lo que había empezado. Fueron estancias muy interesantes. En Boston, en el Center for Genetic Adaptation and Antimicobia Resistance de la Tufts University, trabajé con un grupo que ya hacía tiempo que estudiaba las resistencias a antibióticos, liderado por S. B. Levy. Y en Berkeley, en el Department of Cellular and Molecular Biology de la University of California, realicé una investigación más básica, de unas enzimas que podían ser proteínas diana de unos nuevos antibióticos, en el grupo de N. Cozzarrelli.

-¿Qué le estimulaba de allá? ¿Qué tiene el sistema estadounidense que sea distinto?
-Antes que nada, el dinero que dedican a la investigación. Cuando en 1986 la Generalitat me dio 500 dólares de beca y Mike Weber decidió pagarme 1.000, era porque acababa de recibir una subvención (grant) de 1,5 millones de dólares para tres años. Es decir que pagarme 1.000 dólares en vez de 500 no le suponía nada. Y la segunda cosa que me estimula de Estados Unidos es que dispones de muchos grupos de investigación en la misma institución. Esto quiere decir que si tienes una idea y quieres aplicar una tecnología que no conoces o que no tienes implementada en tu grupo, casi seguro que habrá alguien en aquella institución que lo estará usando y podrás ir allá y aprenderla en dos o tres días.

-¿Y aquí?
-Es más difícil porque los departamentos no son tan grandes. El de Microbiología de la Universidad de Virginia tenía unos treinta grupos de investigación cuando yo estuve allí. El de la facultad de Medicina de la UB tiene cuatro.

Teniendo poco, ¡hacemos mucho!

-La forma de trabajar que vio en Estados Unidos, ¿la ha podido después aplicar aquí?
-Sí. Tuve suerte y el primer proyecto que presenté al Ministerio cuando volví me lo dieron. Este proyecto dio bastantes frutos en forma de publicaciones y, de alguna manera, ya entré en una rueda: cada tres años he ido renovando el dinero para seguir investigando. Lo que pasa es que en España este dinero es limitado. Es muy difícil, por ejemplo, que con un FIS (Fondo de Investigación Sanitaria) te den más de 150.000 euros para tres años. Entonces, tienes que intentar buscar proyectos europeos. Nosotros hemos podido liderar uno de 6 millones de euros, TROCAR. Pero coordinar trece grupos de diferentes países da bastantes quebraderos de cabeza y la dedicación tiene que ser constante. Hemos participado en otros proyectos, pero como colaboradores, que es otra fuente de financiación importante.

-Este es el principal problema que le ve a la ciencia?
-Sí. El dinero y, sobre todo, que no hay una carrera profesional consolidada. Yo he tenido el salario del hospital Clínic y la investigación la he llevado a cabo porque me gusta, pero como jefe del Servicio de Microbiología tenía que hacer diagnóstico microbiológico. El problema es para la gente joven que solo quiere investigar. Hay personas con 42 años que no tienen una plaza estable, siguen con contratos de colaboración. Es algo que el Gobierno tendría que intentar resolver. Porque los becarios posdoctoralesque se van al extranjero, cuando ven lo que les ofrecen allí (dinero, infraestructura, facilidades de trabajo, etc.) intentan quedarse. Si España, y en concreto Cataluña, pudiera recuperar todo el cerebro que tiene fuera, ofreciéndole lo mismo que tiene fuera, seríamos líderes en investigación. Porque, a pesar de estas dificultades, en el ámbito en el que me muevo yo, la microbiología, España ocupa la sexta posición mundial en cuanto a publicaciones. Esto quiere decir que con lo poco que tenemos, ¡hacemos mucho! Si nos dieran más facilidades, podríamos hacer muchas más cosas.

Investigación costoefectiva

-¿Y por qué no hay esta apuesta por la ciencia?
-¡Esto se lo tendrías que preguntar a los políticos! No ven el impacto que esta investigación puede tener en innovación y traslación. Si yo desarrollo una herramienta de diagnóstico microbiológico rápido que en una hora permite detectar cuál es el microorganismo que está causando una neumonía en un niño o una niña, esto tendrá un impacto en la salud pública. Y probablemente también un impacto económico, porque permitirá ahorrar en antibióticos que ahora se dan sin saber si son necesarios, y permitirá también dejar de ingresar a niños en el hospital porque, con un tratamiento adecuado y un control, podrán irse a casa. Quiero decir que, si se hicieran estudios, veríamos que mucha de la investigación que se realiza tiene esta capacidad de traslación costoefectiva.

-Para acabar: ¿qué ha sido lo más decepcionante en su carrera?
-He sido afortunado. No sé si cambiaría algo, pero siempre me ha quedado la duda de qué habría pasado si me hubiera quedado en Estados Unidos.