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La salud después de los Objetivos del Milenio

18.2.2015

Ninguno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio se cumplirá tal y como se había previsto y sin embargo todos queremos incluir aquello que nos parece imprescindible en el nuevo marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible A punto de llegar al horizonte que al final de siglo pasado nos fijamos para avanzar hacia un desarrollo global, se constatan dos certezas. La primera es que ninguno de aquellos Objetivos de Desarrollo del Milenio se cumplirá tal y como se había previsto y sin embargo, la segunda es que todos queremos incluir aquello que nos parece imprescindible en el nuevo marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible con que la próxima Asamblea General de Naciones Unidas, a celebrar en otoño, abrirá una nueva etapa de otros tantos años.

La salud, la enseñanza, la alimentación, los derechos humanos, el cambio climático o el buen gobierno y la democratización, por citar solo algunos ejemplos, tienen ejércitos de defensores que trabajan para que sus causas no queden al margen del nuevo plan de acción. Luego, a pesar de que no hemos cumplido muchas de las promesas ni alcanzado todos los resultados esperados, los objetivos han funcionado. Aun sin haber alcanzado el escenario óptimo, han sido la zanahoria que hizo posible la puesta en marcha del motor del desarrollo global.

Aun sin haber alcanzado el escenario óptimo, los Objetivos de Desarrollo del Milenio han sido la zanahoria que hizo posible la puesta en marcha del motor del desarrollo globalLa ventaja de establecer unos objetivos es que permite medir el avance y en el terreno de la salud global —y particularmente en el de las enfermedades infecciosas— algunos avances no son menores. Tomemos, por ejemplo, el caso de mortalidad infantil: El número de niños que no llega a cumplir sus primeros cinco años de vida se ha reducido enormemente. Hemos pasado de casi 12 millones de muertes en los 90 a recortarlas drásticamente hasta la mitad. En 2013 la cifra se cerró en 6,3 millones.

Algo similar podríamos decir de las tres grandes enfermedades infecciosas. La lucha contra el sida ha logrado estabilizar una curva ascendente de infecciones. En 2010 el número de personas viviendo con el virus del VIH era de unos 34 millones, casi un 20% más que en el 2000, sin embargo la mortalidad por causas relacionadas con esta enfermedad ha ido disminuyendo significativamente desde que el año 2000 alcanzara su máximo en más de dos millones. Un éxito que hubiera sido imposible sin el impulso de una década que ha visto cómo se creaban nuevos mecanismos de financiación internacionales, como el Fondo Mundial contra el sida, la malaria y la tuberculosis, que han  dinamizado el acceso al tratamiento antirretroviral a nivel global.

¿Debe dar paso este panorama de avance en las enfermedades infecciosas a un cambio estratégico hacia enfermedades crónicas?La lucha contra la malaria también ha registrado un descenso de casi el 30% en el número de víctimas mortales durante la última década. El avance en casi todas las enfermedades infecciosas, incluso en las consideradas desatendidas, ha sido considerable gracias a diversos factores. La irrupción de nueva filantropía, con la Fundación Bill y Melinda Gates a la cabeza, la promoción de nuevos mecanismos de financiación o el desarrollo de innovación para hacerla accesible a las poblaciones mas vulnerables, junto con el compromiso político y en el marco de unos objetivos globales, han sido determinantes. Pero tan importante como constatar los avances es no contemplar la botella medio llena, pensando que lo que queda es menor.

¿Hacia dónde encaminar los nuevos retos? ¿Debe dar paso este panorama de avance en las enfermedades infecciosas a un cambio estratégico hacia enfermedades crónicas? Es cierto que hay una transición epidemiológica y que muchas de las enfermedades, como las cardiovasculares o el cáncer, que tenían mayor incidencia en economías ricas, también han aumentado su impacto en países de renta media y baja. No obstante, en el debate sobre la salud global el dilema no debería dirimirse entre conceptos muchas veces más semánticos que reales. El sida es una enfermedad infecciosa, pero gracias a los actuales tratamientos se ha convertido en crónica. El dilema no está en la elección entre unas u otras. Entendiendo la salud global como una condición para el desarrollo de las poblaciones más vulnerables —las que menos posibilidades tienen de asumir los recursos básicos para salir adelante—, el horizonte todavía está lejos, y los objetivos futuros no deberían tener tanto en cuenta los logros, como los retos que quedan por delante.

Efectivamente, la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad. Pero de los 6 millones de niños que murieron  prematuramente el año pasado antes de cumplir 5 años, más de la mitad fueron víctimas de enfermedades infecciosas que se podrían haber tratado. Es un indicador claro para entender que el esfuerzo en la lucha contra las enfermedades infecciosas debe mantenerse. Es también el mejor ejemplo de que el impacto lo podemos medir no solo en término de vidas, sino también en la reducción de desigualdades injustas que muchas veces están en el origen de las enfermedades y que condenan a una parte de la población por el solo hecho de haber nacido en un entorno de miseria. Poner remedio a falta de equidad deberá ser, por lo tanto, uno de los objetivos prioritarios en la nueva etapa que está a punto de comenzar.