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La malaria a través de la historia: Los descubrimientos que nos han traído hasta aquí (Parte 2)

17.11.2017

[Esta entrada ha sido escrita por Xavier Fernàndez-Busquets y es la segunda sobre una serie sobre la historia de la malaria]

En la década del 1870 en la India, Patrick Manson relacionó por primera vez una enfermedad con un mosquito vector

Hacia finales del siglo XIX, el colonialismo británico en los trópicos estaba en auge: médicos jóvenes se dirigían a las colonias atraídos por un sueldo de 400£ anuales y una pensión vitalicia razonable al finalizar el servicio, además de por el aire aventurero. Fue durante la década de los 70 de ese mismo siglo, en India, cuando Patrick Manson relacionó por primera vez una enfermedad con un mosquito vector al conseguir diseccionar mosquitos que podían alimentarse de una persona infectada de filariasis y hallar los parásitos en el cuerpo de dichos insectos.

Sin embargo, Manson no era entomólogo, por lo que escribió a Londres solicitando libros sobre mosquitos. El Museo Británico le contestó: "No disponemos de libros sobre mosquitos, pero le enviamos un ejemplar sobre cucarachas con la esperanza de que le sea de utilidad en sus investigaciones". Apuesto a que no le no le sirvió de mucho. Algunas de las cartas que Manson escribió en aquella época resumen una decepción subyacente: "Vivo en un lugar apartado del mundo, alejado de las bibliotecas y aislado del curso de lo que está aconteciendo. No estoy muy seguro de si mi trabajo resulta útil, o si se ha realizado con anterioridad o mejor". A pesar de estas limitaciones, Manson publicó finalmente sus resultados en 1878 y fue reconocido como el padre de la entomología médica. Pero su programa de trabajo tenía un fallo importante.

La idea de Manson de cómo los parásitos volvían a introducirse en el huésped humano era catastróficamente equivocada

Aunque Manson estaba en lo cierto al explicar cómo los patógenos presentes en la sangre pasaban del humano al insecto vector, su idea de cómo los parásitos volvían a introducirse en el huésped humano era catastróficamente equivocada. Básicamente, insistía en que los mosquitos infectados se descomponían en el entorno y las personas se infectaban al ingerir el patógeno; por ejemplo, al beber agua. En 1884, con el propósito de demostrar esta hipótesis incorrecta, Manson consiguió fondos para enviar a la India a Ronald Ross, quien se encontraría en el centro de una de las polémicas más fascinantes en lo referente a la distribución del mérito de descifrar el mecanismo de la transmisión de la malaria a los humanos. Desde el principio surgió una mordaz disputa entre las escuelas británica e italiana, tal y como reflejan claramente estas palabras de Manson: "Los gabachos y los italianos al principio mostrarán desprecio, después aceptación y a continuación, reclamarán que les pertenece". Pero en 1896, Giovanni Battista Grassi y Amico Bignami publicaron su hipótesis de que la picadura del mosquito transmitía la malaria a los humanos.

A pesar de ser doctor en medicina, los intereses de Ross se decantaban más por las humanidades que por la curación de pacientes, y su padre tuvo que poner todo su empeño para convencerlo de que la medicina sería su principal ocupación. Por lo general, da la impresión de que los hechos históricos pertenecen a diferentes realidades dependiendo de quién los cuente, pero al parecer, en este caso podemos afirmar sin miedo a ir muy desencaminados que Ross no era muy bueno haciendo amigos, a juzgar por sus opiniones escritas: "Por favor, no crean demasiado del trabajo de Grassi y compañía. En realidad, sus observaciones han sido de lo más escasas y […] el resto lo han obtenido con ayuda de mis informes" y "La importancia del trabajo sobre la malaria en humanos es simplemente secundaria, un simple detalle de mi trabajo sobre las aves".

De un modo bastante inesperado, fue Ross —ni Grassi ni Bignami ni siquiera Manson— quien consiguió en 1902 el Premio Nobel de Fisiología o Medicina

Según una investigación periodística autorizada, Ross describió a los indios infectados de malaria con los que experimentó como "gente que adora la inmundicia" y "en realidad más próximos al mono que al hombre". También menospreció a los zoólogos que podrían haberlo ayudado: "Meros naturalistas, únicamente aptos para clasificar, hacer bonitas fotos y pertenecer a sociedades". Ni siquiera los insectos escapaban de su cólera, ya que, para Ross, los mosquitos eran «tan tercos como las mulas» porque normalmente no querían picar a los nativos, a quienes, por cierto, se les solía engañar para que creyeran que, si se dejaban picar por los mosquitos, los insectos eliminarían la enfermedad de sus cuerpos.

Desgraciadamente para Ross, la mayoría de la abundante correspondencia que intercambiaba con Manson se ha conservado: "Bignami es pura maldad […] Quiere ocultar una teoría propia sobre el mosquito […] Pretende picar en el centro de tu teoría, succionar su jugo y luego, hincharse y crecer hasta convertirse en un descubridor ­­—al menos hasta que él crea que lo es […] Lo encuentro bastante capaz de extender sus seis patas sobre el trabajo que usted ha realizado y reclamarlo como suyo […] Si todavía no lo ha aplastado, debería hacerlo". Pero Bignami y Grassi habían sido los primeros en elaborar la primera hipótesis, al ser los pioneros en infectar de manera experimental a un voluntario humano con malaria mediante la picadura de un mosquito parasitado —un resultado publicado en 1898—; y Grassi había señalado concretamente el Anopheles.

Y como última y cruel ironía, durante años se pensó que la especie de Anopheles denominada así por él ­(A. rossi) no transmitía la malaria a los humanos

Sin embargo, de un modo bastante inesperado, fue Ross —ni Grassi ni Bignami ni siquiera Manson— quien consiguió en 1902 el Premio Nobel de Fisiología o Medicina "por su trabajo sobre la malaria, con el que ha mostrado la entrada del parásito al organismo y, de este modo, ha sentado las bases para una investigación exitosa sobre la enfermedad y los métodos para combatirla". Por cierto, Laveran obtuvo el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1907 "en reconocimiento a su trabajo relativo al papel desempeñado por los protozoos en el origen de las enfermedades". Ross murió en 1932 como un hombre amargado y arruinado: "Había perdido dinero por mi trabajo, no había recibido prácticamente nada a cambio salvo escepticismo e incluso injurias y la mayoría de mis resultados fueron atribuidos a otros". Según sus declaraciones: "El término malaria me pone casi tan enfermo como lo haría la propia enfermedad". Y como última y cruel ironía, durante años se pensó que la especie de Anopheles denominada así por él ­(A. rossi) no transmitía la malaria a los humanos. Cuando finalmente se descubrió que sí lo hacía, ya había pasado a ser conocida como A. subpictus, el nombre que se le había otorgado por Grassi.

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Lee la primera parte: La malaria a través de la historia: desde los dinosaurios hasta un simple "mal aire"

Lee la tercera parte: La malaria a través de la historia: oscuridad y luz