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Virus rico, virus pobre

18.3.2020

No sabemos si la COVID-19 entiende de economía, pero no hay duda que la está destrozando. Sin una vacuna que frene la transmisión, ni un tratamiento que mitigue el riesgo de sus consecuencias mas graves, la única solución pasa por intentar poner barreras para que el contagio se ralentice. En esas estamos a este lado del mundo: quietos, confinados, intentado evitar al máximo el número de contactos que propagan la enfermedad. Hacía décadas que en occidente no pasaba algo así, pero todavía tenemos el testimonio de otras generaciones que sufrieron los estragos de enfermedades como la viruela —ya erradicada—, la polio, el sarampión o el tifus, todas ellas ya controladas gracias al avance de las vacunas.

Desde entonces el mundo ha cambiado mucho, por no decir del todo. La economía se ha globalizado, la ciencia ha ido descubriendo remedios cada vez mas avanzados, generando una barrera de protección y al tiempo permitiendo el desarrollo de los países ¿Para todos? No, la mayoría de las enfermedades infecciosas quedaban al otro lado de una frontera que divide el mapa del mundo en dos: los que tienen recursos y los que no. La COVID-19 ha roto esa frontera. De momento es la excepción, no sabemos cuánto tiempo puede durar así, pero sí sabemos algo que desde hace tiempo venimos apuntando: que la salud y la economía de un país van de la mano. Tal vez ahora sea más fácil entenderlo, aunque solo sea porque nos toca directamente.

La mayoría de las enfermedades infecciosas quedaban al otro lado de una frontera que divide el mapa del mundo en dos: los que tienen recursos y los que no. La COVID-19 ha roto esa frontera

De lo que ocurre en el hemisferio norte no hace falta informar mucho más. Los diarios —sus versiones digitales que nos traen un mundo tan virtual como los abrazos de estos días— dan cuenta detallada del avance del virus, de sus consecuencias sociales y sobre todo económicas. Pero ¿qué está ocurriendo allí abajo? Las cifras de personas afectadas en países de África sorprenden. El primer caso se registró en Nigeria, de largo el más país poblado del continente. En el espacio de tiempo desde ese primer positivo de un italiano que viajó a Nigeria, otros 29 países africanos han visto ya el virus. Si días atrás estaba por ver la incidencia que podría tener el virus en el continente, las perspectivas actuales no invitan al optimismo.

Parece imposible que el virus distinga entre países ricos y pobres, sobre todo cuando la proporción es totalmente inversa a la que estamos acostumbrados. Es decir, que la mayoría de los casos hasta ahora se haya registrado en países ricos. Tal vez en las diferencias podamos encontrar algunas razones. Para empezar, la media de edad del continente africano es de 20 años, el más joven del mundo, hasta el punto de que solo el 3% de la población africana tiene más de 65 años. Sabiendo que el impacto de la enfermedad es menor entre los jóvenes, parece normal que afecte menos. Lo que está claro es que no se está diagnosticando suficientemente. Algunos países han optado por cerrar su espacio aéreo y otros se limitan a tomar la temperatura a los pasajeros en la entrada a los aeropuertos, lo cual no es un método muy efectivo, teniendo en cuenta el largo periodo que puede pasar hasta la aparición de síntomas. No hay recursos para llevar el test a todos los posibles afectados y eso podría estar ocultando una transmisión sostenida del virus. Por el momento, no se está viendo todavía un aumento sustancial de enfermedades respiratorias agudas entre la comunidad que está recibiendo tratamiento para VIH.  

La salud y la economía de un país van de la mano. Tal vez ahora sea más fácil entenderlo, aunque solo sea porque nos toca directamente

Crucemos los dedos, porque la debilidad de los sistemas de salud en casi todos los países del continente puede suponer un reto insalvable. No tienen capacidad para dar respuesta a los casos más graves. Por poner solo un ejemplo: en Kenia, un país de más de 50 millones de habitantes, solo hay 130 camas de cuidados intensivos. Todo un reto.

Si se extiende la transmisión comunitaria en estos países la situación será más dura que en Europa, aunque mucho tienen que subir las cifras de infectados para que empiecen a considerarlo una amenaza de salud pública mayor a las que ya tienen. Pensemos que en un país como Senegal, que no es uno de los de renta más baja entre sus vecinos, cada año mueren 11.000 niños antes de llegar a los 5 años como consecuencia de una neumonía que podría ser tratada.

Parece imposible que el virus distinga entre países ricos y pobres, sobre todo cuando la proporción es totalmente inversa a la que estamos acostumbrados. Es decir, que la mayoría de los casos hasta ahora se haya registrado en países ricos

Las enfermedades más letales en África se llevan cada año tres millones de vidas de forma prematura. Solo el sida mata a un millón de personas, otro tanto se llevan las enfermedades respiratorias y el tercer millón se lo llevan a medias las diarreas y la malaria. Como ocurre ahora con el coronavirus en todo el mundo, estas emergencias de salud global impiden el desarrollo de estos países. La mayoría de sistemas de salud en África no están preparados para dar respuesta a un coronavirus, lo sabemos, porque en su gran mayoría tampoco lo están para dar respuesta a la emergencia del día a día que tanto castiga a su población.

Como ocurre ahora con el coronavirus en todo el mundo, estas emergencias de salud global impiden el desarrollo de estos países

En cualquier caso, conviene tener presente que mantener el SARS-CoV2 sin respuesta en cualquier región del mundo es una amenaza para todas las demás. La situación de emergencia en la que nos encontramos nos ha de permitir entender que, al igual que la economía, la salud tiene que ofrecer respuestas globales, porque aunque creamos lo contrario, los virus no conocen fronteras. La COVID-19, incapaz de distinguir entre ricos y pobres, es una amenaza global y, por lo tanto, la solución solo será eficaz si lo es para todas las personas.

 

Foto: Cheng feng on Unsplash