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¿Cómo va a influir la COVID-19 en la amenaza oculta de las resistencias a los antibióticos?

25.8.2020
COVID-19 y resistencia antibiotica
Foto: Anastasia Dulgier / Unsplash

[Autoría: Clara Ballesté y Jordi Vila, coordinadora y director, respectivamente, de la Iniciativa de Resistencias Antimicrobianas de ISGlobal]

La pandemia del nuevo coronavirus se ha convertido en la gran protagonista de nuestros tiempos con un efecto en muchos (si no todos) los ámbitos de nuestras vidas, tanto a nivel individual como en el conjunto de la sociedad. Mucho se habla del impacto que está teniendo la COVID-19 en la economía mundial, o de las secuelas psicológicas que ya se están reportando como consecuencia de esta situación tan especial que estamos viviendo. Pero ¿qué ocurre con otros retos de salud pública con los que convivimos? Nos referimos concretamente al impacto de la COVID-19 en las resistencias a los antibióticos.

Las infecciones causadas por bacterias resistentes a los tratamientos disponibles son una de las grandes amenazas de salud pública a la que nos enfrentamos actualmente que requieren de un compromiso por parte de todos los estados. Así lo declaró la Organización Mundial de la Salud (OMS) por primera vez en 2016 y no ha dejado de recordarlo desde entonces. Desgraciadamente, y aunque todavía es pronto para medir su impacto, todo parece apuntar a que este nuevo virus, el SARS-CoV-2, esté contribuyendo a empeorar la situación actual con respecto a las resistencias. Pero, ¿cuáles son los motivos que nos hacen pensar esto?

Desgraciadamente, y aunque todavía es pronto para medir su impacto, todo parece apuntar a que este nuevo virus, el SARS-CoV-2, esté contribuyendo a empeorar la situación actual con respecto a las resistencias

En primer lugar, en el ámbito hospitalario, se ha hecho un uso intensivo de antibióticos en pacientes enfermos de COVID-19 para eliminar posibles sobreinfecciones bacterianas (una sospecha que se ha desmentido según sugieren varios estudios recientes). La sobrecarga de trabajo y el estrés al que se ha visto sometido el personal sanitario durante el pico de la pandemia probablemente haya llevado en muchas ocasiones a una toma de decisiones apresurada sobre el uso o no de antibióticos, decantándose por su administración.  

Además, se han usado algunos antibióticos como terapia combinada o alternativa para tratar pacientes con COVID-19. Por ejemplo, la teicoplanina, un antibiótico de la familia de la los glicopéptidos que se ha usado para tratar síndromes respiratorios agudos causados por otros coronavirus (SARS-CoV y MERS-CoV) e incluso frente al virus del ébola, pero para el cual carecemos de suficiente evidencia científica que respalde su eficacia y por tanto justifique su uso. También se ha usado la azitromicina (un antibiótico de la familia de los macrólidos) en combinación con otros fármacos por su efecto inmunomodulador, es decir, de activación de las defensas de nuestro organismo frente al virus. Sin embargo, hasta la fecha no hay estudios concluyentes que apoyen esta tesis, más bien al contrario. Algunos trabajos publicados recientemente exponen la falta de valor añadido que supone la administración de azitromicina para el tratamiento de la COVID-19.

En el ámbito hospitalario, se ha hecho un uso intensivo de antibióticos en pacientes enfermos de COVID-19 para eliminar posibles sobreinfecciones bacterianas

En segundo lugar, si nos fijamos en la prescripción de antibióticos en la comunidad, parece que hay dos fenómenos contrapuestos que podrían haberse dado y que, en el mejor de los casos, resultaría en un impacto neutro. Por un lado, la situación de confinamiento y la limitación en las salidas del domicilio podrían haber contribuido a una disminución en el número de visitas médicas y, por tanto, en una disminución de las prescripciones de antibióticos. En cambio, la telemedicina parece haber propiciado el efecto contrario. El no poder auscultar, o tomar muestra para establecer un diagnóstico real, podría haber llevado a una sobreprescripción como actitud conservadora por parte del médico.

Finalmente, no perdamos de vista el medio ambiente: el aumento en la concentración de biocidas y desinfectantes en aguas residuales y plantas de tratamiento de las mismas por el uso masivo de estas sustancias, sobre todo en hospitales, podría tener un impacto ecológico importante tanto por la selección de bacterias resistentes a estos biocidas como la aparición de resistencia cruzada a antibióticos. Para confirmar esta hipótesis son necesarios estudios dirigidos a investigar este fenómeno.

La combinación de estas realidades, situaciones y nuevas actitudes pueden, pues, estar favoreciendo el aumento de las resistencias a los antibióticos. Debemos trabajar para aportar evidencias y así poder tomar medidas que contribuyan a frenar este fenómeno.

No dejemos pasar esta oportunidad y salgamos reforzados de esta crisis con una sociedad más formada en el ámbito de las enfermedades infecciosas y conscientes de que las resistencias a los antibióticos son una amenaza silenciosa, pero no menos peligrosa, oculta tras la COVID-19

Existe un lado positivo que debemos tener en cuenta. A nivel social, la COVID-19 ha permitido dar visibilidad a las enfermedades infecciosas: qué son, quién las causa y cómo se tratan, así como a la vacunación como herramienta indispensable para el control de infecciones. Además, ha supuesto un cambio en el comportamiento de la población respecto a la toma de medidas de prevención como el uso correcto de la mascarilla y el incremento del lavado de manos. Este último aspecto es destacable porque probablemente es una de las medidas más importantes para detener la diseminación de bacterias multirresistentes y por ello podría tener un aspecto positivo en la lucha contra este tipo de bacterias. En el ámbito político, esperemos que esta situación acabe materializándose en una mayor inversión en investigación de las enfermedades infecciosas, en I+D para el desarrollo de vacunas y tratamientos, y en más recursos para entender y controlar la diseminación de los agentes infecciosos.

No dejemos pasar esta oportunidad y salgamos reforzados de esta crisis con una sociedad más formada en el ámbito de las enfermedades infecciosas y conscientes de que las resistencias a los antibióticos son una amenaza silenciosa, pero no menos peligrosa, oculta tras la COVID-19.