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COVID-19 y el retorno a la normalidad: ¿Cuáles son las prioridades para las escuelas?

02.7.2020
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Foto: Andrea Piacquadio / Pexels

[Este texto ha sido escrito por Juliane Chaccour, inmunóloga y editora médica, Marta Valente, pediatra del Centro de Investigação em Saúde de Manhiça, y Carolyn Daher y Mònica Ubalde de la iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud de ISGlobal]

 

El cierre de escuelas ha sido una parte fundamental de intervenciones no farmacéuticas para responder a epidemias de enfermedades infecciosas ya que el contacto estrecho entre estudiantes puede favorecer la transmisión. En abril de 2020, el cierre de escuelas para frenar la propagación del nuevo coronavirus afectó a 1.600 millones de niñas y niños en todo el mundo. Teniendo en cuenta los riesgos de una segunda oleada de infecciones por SARS-CoV-2, el papel de este cierre en la reducción de la transmisión, pero también su impacto en los servicios sociales y comunitarios esenciales, ha de evaluarse críticamente.

Las niñas y los niños tienen más contacto social que las personas adultas y ese contacto es más estrecho, por lo que contribuyen más que los adultos a la transmisión comunitaria de infecciones respiratorias estacionales, incluida la gripe. Sin embargo, la influencia relativa de la infancia en la propagación del nuevo virus todavía no está clara. Existe la posibilidad de que esa influencia relativa sea menor ya que tanto la infancia como las personas adultas se enfrentan por primera vez al SARS-CoV-2, a diferencia de lo que ocurre en las epidemias de gripe, en las que los adultos ya están parcialmente inmunizados a los virus de temporada circulantes y la transmisión tiene lugar en gran medida entre niñas y niños de edad escolar.

En abril de 2020, el cierre de escuelas para frenar la propagación del nuevo coronavirus afectó a 1.600 millones de niñas y niños en todo el mundo

La evidencia de la que se dispone hasta ahora indica que los niños y los adolescentes constituyen una minoría de los casos de COVID-19 y que rara vez desarrollan una enfermedad severa. En Suecia, durante los dos primeros meses de la pandemia y sin que se hubieran aplicado restricciones sociales, la COVID-19 representó solo el 0,7% de los ingresos pediátricos, la mayoría de ellos de niñas y niños menores de 12 meses. Según los datos de CDC sobre los casos que han requerido cuidados intensivos, solo el 0,005% de los niños de entre 0 y 9 años infectados han tenido que ser ingresados en unidades de cuidados intensivos, en comparación con el 2-3% de los adultos infectados. Algunos informes han apuntado una mayor incidencia de una enfermedad similar a la de Kawasaki y/o de un síndrome inflamatorio multisistémico en menores de edad, pero, en cualquier caso, se referían a casos muy raros. El riesgo de mortalidad en niñas y niños también parece muy bajo: en siete países muy afectados por la transmisión de la enfermedad, 44 niñas y niños murieron a causa del SARS-CoV-2, mientras que más de un centenar lo hicieron a causa de la gripe durante el mismo periodo.

Sin embargo, surgen preocupaciones sobre si los menores, una vez infectados, pueden transmitir el virus a otros niños o a personas adultas. Los estudios virológicos indican que los niños y los adultos sintomáticos pueden tener cargas virales comparables, pero que los portadores de la enfermedad asintomáticos parecen tener menos ARN viral en sus secreciones. Los datos del rastreo de contactos de los pacientes pediátricos sugieren que los niños y las niñas enfermos rara vez han transmitido la enfermedad a otros niños o a sus familiares. Aparte de los factores inmunológicos mencionados anteriormente, su papel presumiblemente menor en la cadena de transmisión podría explicarse por la sintomatología diferente de los niños, los niveles de expresión más bajos del receptor viral o su posición más protegida durante el distanciamiento social.

¿Son efectivos los cierres de escuelas?

Los modelos de diferentes países han mostrado una efectividad limitada de los cierres de las escuelas en la transmisión de la enfermedad y la ocupación de camas en las unidades de cuidados intensivos. Además, un análisis con datos de 20 países concluyó que los cierres de escuelas se encontraban entre las intervenciones no farmacéuticas menos efectivas en la actual pandemia. El Instituto Noruego de Salud Pública llegó a informar de que el cierre de escuelas había parecido innecesario para abordar la propagación de la COVID-19 en Noruega. Por su parte, Islandia está reevaluando las restricciones a las funciones escolares en caso de una segunda ola, dada la evidencia disponible.

Un análisis con datos de 20 países concluyó que los cierres de escuelas se encontraban entre las intervenciones no farmacéuticas menos efectivas en la actual pandemia

Desde el punto de vista de la salud pública, las escuelas ofrecen entornos ideales para establecer las deseadas estrategias de test-rastreo-aislamiento y vacunación (incluida la vacuna contra la gripe estacional) con una inversión mínima. Aunque las niñas y los niños tienen un mayor contacto social diario que sus padres, su red social es mucho más homogénea, predecible y fácilmente restringible: rastrear los contactos de las personas infectadas y ponerlos en cuarentena resulta más viable en los entornos controlados de los centros educacionales. El personal escolar, especialmente los docentes, deberías ser los primeros en someterse a la prueba ya que han estado más implicados en la transmisión de enfermedades en entornos escolares. En una encuesta de 687 centros de cuidado infantil de varios estados de EE. UU. que se mantuvieron abiertos durante la pandemia, el personal multiplicó por seis la tasa de infección de los niños que asistieron a esos centros.

Numerosos países han reabierto ya parcialmente sus escuelas. Hasta el momento, ninguno de estos países ha experimentado un aumento notable del número de casos, aunque es pronto para conocer por completo las repercusiones de la medida. Dinamarca, que fue uno de los primeros países en reabrir escuelas y guarderías, publicó sus datos de prevalencia de PCR por profesiones unas 10 semanas después de la reapertura. Esos datos revelaron que los profesores mostraban tasas de infección por debajo de la media, y eso a pesar de haber sido sometidos a pruebas más frecuentes.

Numerosos países han reabierto ya parcialmente sus escuelas. Hasta el momento, ninguno de estos países ha experimentado un aumento notable del número de casos, aunque es pronto para conocer por completo las repercusiones de la medida

La transmisión fuera de los hogares y los entornos de atención médica ha tenido lugar sobre todo en restaurantes, bares, lugares de trabajo, eventos musicales y gimnasios y, a pesar de ello, estos lugares han reabierto en muchos países antes que las escuelas. Los pequeños brotes localizados en esos entornos se consideran cada vez más como la “nueva normalidad”, mientras que las escuelas se están examinando con lupa para que cumplan condiciones de riesgo cero.

Un letrero electrónico en la entrada de una escuela en Williamsport (Estados Unidos) anuncia el cierre debido a la COVID-19. Autor: Brinacor / Wikimedia Commons.

¿Cómo perjudica el cierre de escuelas?

Como parte de una respuesta de emergencia a la pandemia de la COVID-19, el cierre global de escuelas se justificó sin lugar a dudas. Sin embargo, el hecho de que las escuelas continúen cerradas representa un riesgo sin precedentes para la protección social y el bienestar de las niñas y los niños. Además, promover y salvaguardar el derecho de todos la infancia a la educación, como se establece en la Convención sobre los Derechos del Niño, también debería ser una prioridad durante esta pandemia.

Las escuelas cumplen una función importante al equilibrar las desigualdades sociales cubriendo diferentes niveles socioeconómicos en los barrios. El acceso a los recursos y servicios para amortiguar las pérdidas impuestas por las restricciones no se realiza por igual entre los diferentes grupos en un escenario de aprendizaje digital no inclusivo, lo que exacerba las desigualdades ya existentes. Sin enseñanza presencial, las niñas y los niños padecen una pérdida de educación cualitativa y cuantitativa, y los niños de familias desfavorecidas sufrirán el impacto de la interrupción de la vida normal durante meses, de forma inadvertida. Algunos niños sufren daños al bienestar, problemas nutricionales o alteraciones en su desarrollo social debido al aislamiento prolongado. La mayor presencia online no supervisada de menores también aumenta el riesgo de abuso sexual. El Centro Nacional Americano para Niños Desaparecidos y Explotados (American National Center for Missing and Exploited Children o NCMEC) ha informado de un incremento del 400% en quejas por abusos durante el pasado mes de abril comparado con el mismo mes de 2019. Es necesario tener en cuenta el aumento de las desigualdades sociales y otras posibles consecuencias adversas para mejorar la vigilancia epidemiológica y proporcionar una evaluación de impacto más justa.

Las escuelas cumplen una función importante al equilibrar las desigualdades sociales cubriendo diferentes niveles socioeconómicos en los barrios

Más allá de las relaciones y experiencias relacionadas con sus objetivos académicos, el entorno escolar es de vital importancia para promover la salud y el bienestar de las niñas y los niños. Los patios son espacios al aire libre que reducen el estrés, promueven el juego e invitan a la experimentación, la creatividad y las habilidades críticas en los niños. Las escuelas son también puntos de contacto importantes para otros servicios sociales como la comida, el apoyo psicológico, las intervenciones de salud (dentales, de vacunas…), actividades de enriquecimiento y extraescolares que se han suspendido parcialmente o del todo como consecuencia de la pandemia.

La interrupción de los servicios educativos también tiene graves consecuencias a largo plazo para las economías y las sociedades. A medida que las economías se reabran gradualmente, se prevé que las escuelas y guarderías funcionen a una capacidad inferior a la plena durante meses y que sigan estando sujetas a nuevos posibles cierres preventivos como respuesta a brotes localizados en otros entornos. El Instituto de Investigación Económica de Alemania, donde las escuelas abrieron por fases a principios de mayo, considera que el cierre de las escuelas causará a los niños alemanes afectados una pérdida de ingresos de por vida del 3-5% y McKinsey estima una reducción del 0,8-1,3% del PIB de EE. UU. a largo plazo como consecuencia directa de la interrupción del aprendizaje presencial. Ya ocho millones de familias españolas (1,7 de las cuales monoparentales) están luchando para combinar el cuidado de las niñas y los niños con las responsabilidades profesionales. Muchas familias pueden optar por preservar el salario de quien más dinero gana, a menudo el hombre, para que el otro progenitor se ocupe del cuidado de los hijos. Esta dinámica correría el riesgo de revertir décadas de avance en la igualdad de género. Otras familias pueden volver a recurrir a los abuelos como cuidadores, lo que podría exponer a este grupo de edad vulnerable a un mayor riesgo de infección. La productividad de los padres disminuye cuando trabajan desde casa, lo que lleva a una pérdida de ingresos y a un aumento de factores estresantes para la salud mental al tener que combinar la educación en casa, el cuidado de los hijos, las tareas del hogar y el trabajo formal. Mantener rutinas saludables para adultos y niños es, además, todo un reto en las actuales circunstancias, y las familias acusan tensiones y conflictos provocados por la “nueva normalidad”, que a su vez repercute en cómo se trata a las niñas y los niños.

Author: Gajendra Bhati / Pexels

Es hora de ser proactivo

Estas reflexiones están respaldadas por instituciones pediátricas como la British Royal College of Paediatrics and Child Health y la American Academy of Pediatrics, que han emitido declaraciones dando apoyo a la enseñanza presencial. Contrastar los brotes de COVID-19 en escuelas israelíes sin medidas de prevención con entornos relativamente seguros en Irlanda, Francia, Singapur y Australia, sin embargo, nos recuerda la importancia y viabilidad de un enfoque medido y cuidadoso a la hora de reabrir las escuelas. El regreso a las escuelas y jardines de infancia debe basarse, de un modo sensato, en protocolos de higiene y cambios organizativos que reduzcan eficazmente el tamaño de las redes sociales de las niñas y los niños pero no la calidad de sus interacciones sociales. También habría que estudiar modificaciones adicionales, como aumentar la ventilación y modificar las interacciones en el patio, que otros países ya están implementando. En algunos lugares, como Dinamarca, se pone énfasis en los beneficios del modelo de aprendizaje al aire libre al incorporar áreas verdes como espacios de aprendizaje, manteniendo la distancia física para minimizar el riesgo de transmisión. Las escuelas deberían también sugerir a los padres que dejen caminar a sus hijos al menos el tramo final del camino a la escuela para evitar que se junten muchos padres a las puertas del colegio.

Mientras tanto, la investigación sobre la transmisión de la COVID-19 por parte de niños y entornos escolares debe sumarse a la base de una evidencia científica sólida que sirva para desarrollar políticas adaptadas a los futuros posibles escenarios. Debería abarcar disciplinas más allá de la virología y la epidemiología para permitir un análisis exhaustivo de los riesgos y beneficios de las intervenciones destinadas a reducir la transmisión de enfermedades entre niñas y niños.

La investigación sobre la transmisión de la COVID-19 por parte de niños y entornos escolares debe sumarse a la base de una evidencia científica sólida que sirva para desarrollar políticas adaptadas los futuros posibles escenarios

El coste económico, social y de salud de marginar a los niños es demasiado alto para retrasar la recopilación de evidencia sólida que respalde las intervenciones dirigidas a interrumpir la transmisión en los niños. Mantener cerradas las escuelas parece incoherente con la evidencia disponible, y lamentable ante el significativo impacto negativo que tiene en los aspectos sociales, económicos y de salud. Basar los cierres escolares continuos o intermitentes en una amenaza percibida para la salud de la comunidad desautoriza la decisión de dar prioridad a los lugares de trabajo, bares, restaurantes, gimnasios y otras zonas públicas que se sabe que han contribuido sustancialmente a la transmisión y que frecuentan adultos con mayor riesgo de contraer la enfermedad. Ante una probable segunda ola de infecciones, necesitamos reexaminar las prioridades para una sociedad funcional y encontrar formas proactivas de hacer que estas prioridades ocurran.

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