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Cómo mejorar la salud y las condiciones de vida de las poblaciones en caso de un accidente nuclear

24.7.2017

Autores del post: Adelaida Sarukhan, Deborah Oughton, Thierry Schneider y Elisabeth Cardis en representación del Consorcio SHAMISEN

¿Qué hacer –y qué no hacer– en caso de un futuro accidente nuclear? ¿Cómo mejorar la vigilancia médica sin generar ansiedad innecesaria? Los accidentes graves en plantas nucleares han sido raros pero sus historias pueden ayudarnos a responder a estas preguntas y enseñarnos cómo prevenir o mitigar los efectos de futuras catástrofes nucleares. Este fue precisamente el objetivo de SHAMISEN, un proyecto europeo cuyas conclusiones finales intentamos resumir aquí.

Chernobyl Nuclear Power Plant Memorial

Las lecciones aprendidas

Extrajeron lecciones a partir de las experiencias de poblaciones directamente afectadas por el accidente de Chernóbil

A lo largo del proyecto de 18 meses, participantes de diecinueve instituciones europeas y japonesas, junto con expertos de países incluyendo EEUU, Rusia y Bielorrusia, analizaron las lecciones aprendidas de accidentes nucleares pasados (principalmente Chernóbil y Fukushima) para identificar lo que funcionó –o no funcionó- durante la fase inmediata, temprana y tardía de la respuesta. También extrajeron lecciones a partir de las experiencias de poblaciones directamente afectadas por el accidente de Chernóbil (p.ej. los criadores de renos Sami en Noruega y la población general en Bielorrusia afectados por Chernóbil) y de las actividades en curso con comunidades después del accidente de Fukushima en Japón.

Se tomaron además en cuenta aspectos éticos e implicaciones económicas de la respuesta

Estas “lecciones aprendidas” sirvieron de base para una serie de recomendaciones para mejorar la preparación y respuesta a accidentes nucleares y el seguimiento médico de poblaciones afectadas. Se tomaron además en cuenta aspectos éticos e implicaciones económicas de la respuesta, así como un proceso consultivo con actores relevantes a lo largo del proyecto para aumentar la relevancia e impacto de las recomendaciones.

El resultado final del proyecto es un documento con 28 recomendaciones para mejorar la preparación, la respuesta temprana e intermedia y la fase de recuperación (en otras palabras, antes, durante y después) de un accidente de radiación, así como siete principios generales aplicables también a otros accidentes o desastres, incluyendo el principio ético primordial de “hacer más bien que mal”. Las recomendaciones pueden dividirse según la actividad: la evaluación de la dosis de radiación, evacuación y resguardo, seguimiento médico, epidemiología y comunicación y formación.

Qué hacer antes, durante y después de un accidente de radiación

El impacto de un accidente nuclear va mucho más allá de los efectos directos de la radiación e incluye consecuencias psicológicas, sociales y económicas

La infografía adjunta resume los principales mensajes de estas recomendaciones. Un mensaje importante es la necesidad de evaluar el bienestar general de una población de manera holística: el impacto de un accidente nuclear va mucho más allá de los efectos directos de la radiación e incluye consecuencias psicológicas, sociales y económicas considerables que afectan negativamente la salud de las poblaciones. Cabe destacar que el impacto psicológico de un accidente nuclear (o cualquier otro tipo de accidente) puede mitigarse si se respetan la autonomía y la dignidad de las poblaciones afectadas, y si se les implica en la toma de decisiones.

Infografía Recomendaciones para mejorar la salud de la población en caso de accidente nuclear

La respuesta de Fukushima reveló la importancia de evaluar los riesgos de exposición a la radiación frente a otros riesgos asociados con el proceso de evacuación

Planear “en tiempos de paz” es fundamental e implica un ciclo continuo de formación de personal sanitario y otros profesionales, establecer y mejorar registros de enfermedades para medir cambios en incidencia después de un accidente, definir responsabilidades con antelación, preparar planes de comunicación de crisis y riesgo, así como protocolos y rutas de evacuación (cuándo, cómo y a quién evacuar). En efecto, la respuesta de Fukushima reveló la importancia de evaluar los riesgos de exposición a la radiación frente a otros riesgos asociados con el proceso de evacuación (sobre todo para las personas mayores o en estado crítico) antes de dar una orden de evacuación. Accidentes previos muestran que, para transmitir mensajes al público de manera eficiente, es necesario construir una relación de confianza mutua entre autoridades, medios de comunicación y público general. Esto a la vez dependerá de la capacidad de proporcionar información oportuna, actualizada y fiable sobre la situación y los riesgos potenciales, al mismo tiempo que se acepta la incertidumbre asociada a cualquier emergencia.

Evitar hacer más daño que bien es un aspecto central en la gestión de accidentes

En este sentido, la experiencia de Fukushima ha subrayado el importante papel de “facilitadores locales” para ayudar a establecer un diálogo entre expertos y comunidades afectadas durante la fase de recuperación. Gracias a este diálogo, las comunidades pueden tomar decisiones informadas (por ejemplo sobre la comida que consumen o si regresan a sus casas) y retomar gradualmente el control de sus vidas. La información y el consejo también son un elemento importante durante los controles médicos, que deben ofrecerse a título voluntario. Sin embargo, estudios para determinar el efecto del accidente a largo plazo sobre la incidencia de enfermedades como cáncer solo deben lanzarse si son informativos y sostenibles en el tiempo. De nuevo, es vital alentar la participación de las poblaciones afectadas en la vigilancia sanitaria de manera a mejorar la relevancia, eficiencia y aceptabilidad de las intervenciones.

Del papel a las acciones

El próximo paso para SHAMISEN es asegurar que el documento final con las recomendaciones llegue a manos de la comunidad científica, las autoridades nacionales (sanitarias y de protección civil, entre otras), la Comisión Europea y las organizaciones internacionales (como la OMS) de manera que contribuyan a guiar protocolos y políticas dirigidas a mejorar la salud y condiciones de vida de poblaciones potencialmente afectadas por accidentes de radiación.

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